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domingo, 21 de diciembre de 2025 | Última actualización: 21:27

Ahora me toca a mí

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Rafa Cerdá. Abogado.

Nos deslizamos ya por la estival pendiente del mes de julio, tiempo de altas temperaturas, muchos planes para las inminentes (y bien merecidas) vacaciones,... y sin apenas darnos cuenta dejamos atrás más de la mitad de este apasionante año 2016. Fechas de organización en el trabajo, a menudo con frenéticas jornadas en las que se procura dejar ‘limpia la mesa’ de asuntos, o bien que aguanten hasta el mes de septiembre; de acordar con la familia (imprescindibles abuelos...) qué vamos a hacer con los niños, posibles puntos de destino para la escapada estival; recordar sacar tiempo para quedar con amigos cuya compañía la agenda, a veces, parece alejar; e incluso acordarnos de la existencia de uno mismo ¿qué tal si la lectura pendiente de ese libro tan bueno se retoma, o la práctica del deporte vuelve a tomarse en serio?. Cada cual afrontará este recién estrenado verano, con la mejor de las intenciones.

Exceptuando a los mal nacidos que aprovechando la cercanía del disfrute de las vacaciones, abandonan a sus mascotas por constituir un ‘problema’. Los meses de julio y agosto constituyen una verdadera tortura para los refugios de animales así como las perreras, desbordados ante los miserables que ‘tiran’ a sus animales como bolsas de basura se trataran, ante la imposibilidad de llevarlos consigo a sus lugares de descanso, estúpida excusa que me suena sencillamente espuria. Supone un dato descorazonador constatar los alarmantes índices de abandono de perros y gatos que arrojan los meses de verano; cifras de la vergüenza que obligan a plantearse a mucho irresponsable si está verdaderamente dispuesto a asumir la apasionante tarea de cuidar a un perro o a un gato, con toda la carga de sacrificio y coste que implica.

La convivencia con un perro es una maravillosa experiencia, pero comporta al mismo tiempo una fuerte  responsabilidad, y en ocasiones, sacrificios de tiempo y de desembolso económico. Huelga decirlo pero todo este esfuerzo queda más que compensado por las enormes dosis de lealtad, compañía y cariño recibidas por parte de nuestros compañeros de cuatro patas. Mi experiencia como dueño de una maravillosa perra westie de trece años y medio largos no puede ser mejor, pero ahora Rita (así se llama mi perra) es una adorable anciana, y necesita una atención constante que choca de frente con mis horarios: el tiempo que antes permanecía sola en casa, se ha visto drásticamente reducido, debe ingerir medicación diaria junto con una alimentación adecuada. Y ello a pesar que el estado de salud de mi perra es muy bueno; con todo, este verano mi familia y yo nos veremos obligados, con todo el cariño del mundo, a coordinarnos mediante desplazamientos diarios y cuadrando tiempos para acompañarla.

Ahora me toca a mí cuidar de ella, y a lo mejor hasta consigo hacerlo tan bien como Rita ha alegrado a mí y a los míos mediante su devoción durante todos estos años, y todavía le queda mucha cuerda. Menuda es.

Un animal de compañía da su vida por la familia que lo acoge; verse alejado de su compañía le deja sumido en una devastadora tristeza, su instinto sencillamente no concibe el abandono. Recuerdo una antigua campaña emitida por televisión para concienciar contra el abandono de mascotas, el eslogan utilizado me sigue pareciendo insuperable: "Ellos nunca lo harían".