Rafa Cerdá Torres. Abogado.
Confieso que pensaba dedicar este aspirante a artículo con el que les ataco cada semana a esta, a un tema bien distinto al que tenía planteado inicialmente. En su particular manera de perder el tiempo, los grupos municipales que configuran el Ayuntamiento de Castellón, se habían enfrascado en una estéril e inútil discusión sobre el papel que debían adoptar los representantes locales ante aquellos actos de cariz religioso que tuvieran lugar dentro del calendario festivo de la localidad, bajo el manto de una presunta "laicidad". Una tormenta política artificial, sin el menor eco social y que sólo ha servido para que los aludidos de todos los colores se hayan dado una pátina de color azul, rojo o morado con la repetición de las consignas de siempre. Con la que está cayendo, y nuestros representantes discutiendo si el Alcalde debe ir o no a misa....
A punto de plasmar mi solemne indiferencia ante tan candente cuestión, un reportaje televisivo de contenido histórico me ha devuelto a la verdadera realidad de las cosas. El próximo 27 de enero, se encuentra consagrado como la Jornada Internacional de las víctimas del Holocausto, decisión adoptada por el plenario de las Naciones Unidas en noviembre de 2005, con la finalidad que nunca la Historia olvide y por tanto, repita, el intento de exterminio generalizado y total que el régimen nazi efectuó contra el pueblo judío durante la II Guerra Mundial. A través de una red de campos de matanza, y como piezas de ganado se tratara, millones de judíos europeos fueron masacrados en hornos y cámaras de gas, mediante una precisión industrializada que disipó cualquier respeto a la dignidad humana.
El 27 de enero de 1945, tropas soviéticas entraron en Auschwitz, el campo de exterminio con nombre más conocido de toda esta historia negra de la Humanidad. Ese día se tomó como referencia a la hora de conmemorar todo aquello que el horror nazi pretendió cercenar con su intento de aniquilar al pueblo judío: la dignidad humana, el valor de la vida, la libertad de pensar y de vivir conforme a las propias creencias,...en suma todo aquello que hace bueno y valioso la existencia de cada hombre y de cada mujer.
El reportaje al que antes mención, juntaba a supervivientes de los campos de exterminio nazi con jóvenes familiares, y cada uno de ellos, les iba narrando a las generaciones presentes la dramática experiencia de ver perder a tus padres, a tus amigos, a tus hijos y al resto de seres queridos, sin ningún motivo ni razón más que un odio irracional cargado de muerte. El relato de la memoria de estos ya muy ancianos supervivientes, me llamó la atención su falta de rencor o anhelo de venganza, al contrario. Su mensaje cara a sus descendientes, es muy claro; frente a la irracionalidad de la muerte que pretendió acabar con nosotros, demostremos la dignidad de dar continuidad a la vida con valores como la tolerancia y el respeto.
Un rasgo común de todos los supervivientes era la marca que los distinguía como prisioneros de los campos de exterminio: un tatuaje en sus brazos formado por una letra y una secuencia numérica. Como una especie de actual código de barras por el que se acreditaba la pertenencia a un campo de exterminio en concreto, y el número de prisionero dentro de éste.
Al finalizar la narración de sus experiencias, un veinteañero le pidió a su abuelo que le enseñara la marca del campo de concentración. El anciano así lo hizo, levantándose la manga de su camisa dejando ver en el antebrazo el número tatuado. En ese mismo momento, el nieto enseñó su propio antebrazo, en el que se había tatuado el mismo número que lleva su abuelo. Sorprendido y emocionado, el anciano preguntó: ¿Por qué lo has hecho?, a lo que el nieto respondió: Para que tu memoria de paz no se olvide nunca.
Un simple tatuaje formado por una letra y una serie de números, dos caras de los caminos que puede tomar la Historia: en el brazo del abuelo, simbolizaba el odio y la muerte. En el brazo del nieto, celebra hoy la Memoria y la Vida.
































