Rafa Cerdá Torres. Abogado.
En ciertas ocasiones, un pequeño error comporta una gran solución. Justo lo que a mí me ha pasado. Les cuento: el pasado 4 de septiembre se me pasó totalmente felicitar por su cumpleaños a cierta persona. Descuido que no pasaría de la anécdota si la afectada no fuera otra que mi señora Madre, y encima cuando ha cumplido la redonda cifra de setenta años. Por lo que no encuentro mejor manera de enmendar mi error "privado" que a través de un desagravio público.
Creo que no existe ninguna palabra que concite tantas cosas buenas como el término "Madre"; todas las culturas han usado el símbolo de la maternidad como representación de lo mejor y lo más excelso. Quizás porque una madre refleje los comportamientos y actitudes más buenas y positivas de la naturaleza humana, nunca se acaba de crear la imagen perfecta o el texto literario adecuado, que condense una gran parte del hecho fundamental que supone generar vida. La estampa de una mujer con su bebé, permanece imbatible a la hora de expresar ternura, calidez y bondad.
En mi caso, el bebé que fui se convirtió en un recuerdo hace mucho tiempo, pero la mujer que me proporcionó el mayor regalo (la vida) sigue espléndida. Si es que hasta su nombre, Rosa, manifiesta lo hermosa qué es. Convertida ahora en una magnífica abuela, sus nietos Lourdes, Rosa y Nacho adoran la misma alegría y ternura con la que nos cautivó a mí y a mi hermana siendo niños. A lo largo y ancho de sus estupendos setenta años, ha obsequiado a mi padre primero, y al resto de su familia después, con el mejor regalo: ser ella misma.
Si me olvidé felicitarla por tan importante cumpleaños, quiero que mi madre sepa que nunca olvido lo que ella, junto a mi padre, me enseña todos los días con su propio ejemplo; a comportarse como una buena persona, a fomentar el esfuerzo, a ser generoso, a procurar el respeto a todos, a cuidar a quien se quiere, y siempre, siempre ver el lado bueno. Una digna hija de sus padres, mis abuelos, que siguen estando tan orgullosos de ella, allí donde estén.
Eso sí, lo que no estoy dispuesto a cambiar por muchos años que cumpla, son esas pequeñas rutinas mías; llevar mal planchada la raya del pantalón, tomarle el pelo tantas veces como pueda, vestir combinaciones de colores "que no pegan" y demás detalles cotidianos que bien sé que le provocan cierta desazón, por decirlo finamente. Pero que siempre provoco ya que después de una maternal reprimenda, todo acaba en uno de esos abrazos que sólo ella me sabe dar.
Por todo y por tanto, ¡muchas felicidades mater!, que sigas ‘engañando’ tan bien al tiempo, ya sabes que los setenta te sientan muy bien, y por favor no dejes de hacernos felices.































