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sábado, 20 de abril de 2024 | Última actualización: 14:33

El alambique del embajador

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Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.

Aún a riesgo de no ser objetivo, dada nuestra cercanía amistosa en nuestras tertulias radiofónicas cada semana, no me resisto a comentar mi lectura del libro que el embajador Jorge Fuentes, bajo el título Notas verbales, acaba de publicar este verano. Se trata de un compendio de relatos breves que más parecen una colección de retratos pictóricos de las ricas y variadas facetas de la profesión diplomática, escritas con una prosa ágil, precisa y muy directa. Te da la impresión de estar contemplando un cuadro más que de estar leyendo un libro. No en vano el autor maneja el pincel con la misma maestría que el teclado.

Me atrevo a incluir esta obra dentro de lo que en la literatura bíblica o medieval se denomina género sapiencial, no porque al autor lo mueva una intencionalidad didáctica ni parenética, sino porque es fruto de las vivencias de casi cincuenta años de ejercicio de la profesión de diplomático. La vida es para el sabio la prosa cotidiana que sirve de materia para destilar mediante un proceso anímico lo que es vida en estado bruto en vivencia espiritual, sea en estado gaseoso como el perfume o en estado líquido como el licor. De ahí que en las bebidas espirituosas siempre van unidos el sabor y la fragancia. Dos cualidades que tiene el libro, unidas al colorido que imprime no sabría decir si el pintor que escribe o el escritor que pinta. Por tal motivo, sin menoscabar lo acertado del título de Notas verbales, bien podría haberlo bautizado como El alambique.

Para los profanos en las lides del cuerpo diplomático, contemplado siempre como algo esotérico y exótico, es de agradecer esta confesión de parte, hecha con tanta naturalidad sincera como maestría literaria, y que sin duda va a suponer un acercamiento del gran público a la realidad de una profesión que, como afirma el autor, es como cualquier otro funcionario, un leal servidor del Estado. Más necesaria incluso que la función militar, cuya misión empieza allí donde fracasa la misión diplomática, por mala gestión de la misma del gobierno de turno. La verdadera misión de paz la ejerce la diplomacia y no la intervención militar, que es, en la actual escalada de corrupción del lenguaje, como ciertos políticos llaman a la guerra.

He escogido este verano, como última lectura del día antes de apagar la luz, cada uno de estos relatos. Rezuman ironía fina en todos ellos, una cualidad muy personal del autor, muy alejado del sarcasmo que es propio del escéptico y del resabiado. En cada página aparece el sabio y agudo observador que rezuma amabilidad hasta en sus críticas. Es como si la profesión hubiera generado en el escritor una segunda naturaleza diplomática y dialogante; o tal vez fue a ella porque ya la diplomacia era en el autor su natural talante. Recomiendo su lectura.