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domingo, 21 de diciembre de 2025 | Última actualización: 21:27

El día de la ira

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Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.

Lejos de mi justificar la masacre de El Cairo. Pero igualmente lejos apoyar a los Hermanos Musulmanes que, con su buenismo hipócrita, provocan la violencia para erigirse cínicamente en sus víctimas. Es la vieja estrategia de los movimientos terroristas, un truco que a estas horas sólo convence a ideólogos de cualquier fanatismo.

Mientras Obama no sabe qué carta jugar y Merkel y Hollande se llaman a consultas, el pillo de Putin apoya el golpe militar en un intento de recuperar la influencia geoestratégica sobre Egipto y el canal de Suez. Clamoroso, en cambio, el silencio de Arabia Saudí, Qatar, Kuwait y otros países de la OPEP árabe, que sale beneficiada de la crisis con la subida del barril de oro líquido. Si hay que investigar con la metodología del cui prodest, aquí se abre una línea interesante, y más cuando los beneficiados se callan como putas mientras se añade valor al petróleo y se avanza en el fundamentalismo islámico, una garantía para mantener sometidos –Islam es sumisión- a los pueblos árabes bajo el poder no de Alá, sino de los petrodólares.

Quedan lejos los años gloriosos de la cultura árabe, ilustrada y científica, de la época de Averroes y Avicena. Cuando toda Europa estaba sumida en el oscurantismo bárbaro y había dilapidado el legado grecorromano fueron los árabes quienes nos salvaguardaron la aritmética, la medicina, la arquitectura y hasta la filosofía de Aristóteles. Hoy no podemos, por desgracia, decir lo mismo. Desde el fin del medioevo, la del mundo árabe es la historia de una degradación. Precisamente cuando emerge la riqueza desde su subsuelo es cuando más bárbaros se han vuelto unos países que fueron en su día modelos de cultura y tolerancia. ¿Qué ha generado tal despropósito? Han sido los movimientos radicales islámicos, en la línea del yihadismo o del salafismo, que desde la instauración de la República Islámica en Irán por Jomeini no han cesado en su lucha por instaurar el régimen teocrático de siempre en aquellos países árabes con tendencias laicistas y en manos de militares. Son precisamente los de la cuenca mediterránea. Y a ese proceso lo han bautizado eufemísticamente como primavera árabe. Todo un sarcasmo cuando su objetivo consiste en implantar un largo invierno dominado por el fanatismo y la intolerancia religiosa.

El mismo lema del Viernes de la ira lo dice todo de los Hermanos Musulmanes. En nombre de Alá quieren imponer el terror –y provocarlo-, que es su arma de lucha. Esto me recuerda al Dios de la ira y de los ejércitos del Antiguo Testamento. Si a los problemas territoriales de la zona unimos las invocaciones tan religiosas como blasfemas de judíos y árabes, hay que concluir que la paz ni siquiera puede ser una quimera en una zona donde lo único que impera es el fanatismo y la ira. Ese sarampión lo pasamos en Europa con las guerras religiosas del XVI y XVII; y en España con retraso, en el XIX y  el XX. Usar el nombre de Dios en vano es una blasfemia, pero matar en su nombre ni tiene perdón de Dios ni de los humanos. En las repúblicas islamistas se mata en nombre de Dios a los disidentes, de forma legal y constitucionalmente. Los militares egipcios matan en nombre del orden. Mal está, pero es menos deshonesto.