Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.
El previsible Rajoy no lo había previsto. Tanto insistir en la economía, pues era lo primero por aquello del primum vivere, que se olvidó de gobernar otros aspectos no menos importantes de la vida pública. No ha gobernado el asunto catalán; el final de la violencia etarra, que no de ETA, se lo han gobernado quienes todos sabemos, y la tan demandada regeneración democrática del sistema sigue ahí sin abordar y, lo que es peor, todo parece indicar que nadie sabe por dónde hincarle el diente.
Rajoy no había previsto que, aunque la economía llegara a dar claras señales de reflotamiento, el cansancio ciudadano ante tanto mangoneo de tirios y troyanos ya no iba a estar para bromas y, ante tanto cuento mal contado, ya casi nadie espera al lobo y la mayoría ni siquiera siente deseos de ahuyentarlo. No había previsto que la paciencia tiene sus límites y que el descrédito moral del sistema llega a un punto en que ya resulta irreversible. Unas inocentes elecciones europeas, que iban a ser mero sondeo ante futuras convocatorias, han resultado letales y en pocos días, permítaseme la hipérbole, se han producido más dimisiones que en los treinta y cinco años de democracia. Hasta un rey se ha ido.
Como suena en la fragata el toque a zafarrancho, Rajoy lanza un globo sonda entre tanta serpiente veraniega y propone una etérea elección de los alcaldes, con el fin de evitar que el partido más votado sea el que pierda las elecciones. Con esa claridad describió el objetivo de la medida. Sabe de qué habla, y más después de lo de Andalucía.
Desde el famoso tamayazo, en que Esperanza Aguirre conoce muy bien qué teclas tocó para conseguir que dos tránsfugas del PSOE le dieran el gobierno de Madrid, al PP le han llovido toda clase de linchamientos como el Pacto del Tinell y otros cordones sanitarios con el fin de aislarlo como un partido apestado. El propio Mas, el que ahora invoca diálogo, prefirió perder la Generalitat a manos del Tripartito antes que cometer el acto sacrílego de pactar con el PP. Se ha llegado a tal grado de sectarismo que, en adelante, el PP sólo podrá gobernar cuando consiga mayorías absolutas. El caso de Extremadura, donde IU le dio la venia para acceder al gobierno, se explica porque el setenta por ciento de las bases de IU votaron a favor de hacer caer al PSOE del gobierno extremeño ante la nefasta gestión del socialista Fernández Vara. De nada sirvió la presión de Cayo Lara, y queda para la historia que el pueblo llano, llamado bases en los partidos, es menos sectario y más sensato que los caciques que controlan el aparato. A vista de esto y trapacerías aparte, la propuesta de Rajoy no es tan descabellada.
Pero no es admisible que proponga sólo la reforma en el sistema de elección de alcaldes, cuando es todo el sistema electoral el que necesita ser reelaborado ante el evidente fracaso por el uso y abuso que del mismo han hecho todos los partidos políticos. La regeneración democrática no se obtiene a partir de chapuzas como esta alcaldada pro domo sua, como dijera el clásico, y barriendo para casa como dice el castizo.
Reforma total del sistema electoral, con listas abiertas y con elecciones directas. Los partidos políticos deben ser cauce de la participación ciudadana, no usurpadores de la soberanía popular. Se trata de un mal sistémico que no se cura con alcaldadas como la propuesta. Rajoy no lo había previsto. Lo de ahora es sólo un desesperado intento por salvar los muebles en algunas grandes ciudades.
































