José Antonio Rodríguez. Asesor Fiscal.
Firmar un artículo con este título y no ser cura u obispo, parece raro en estos días , pues aunque somos cada vez más tolerantes en general, los aires populistas que con tanta fuerza han entrado en nuestro devenir diario parecen propugnar lo contrario.
Pero hecha esta sutil disquisición, la cabra tira siempre al monte, decía que resulta poco frecuente y se convierte en raro cuando lo referimos a jóvenes, si, si a jóvenes de veinte y pocos años, estudiantes universitarios en su mayoría, de diferente extracción social y que quieren ser médicos, odontólogos, abogados, publicistas o estudian ciencias políticas y de la administración pública.
Cuando riadas de coetáneos suyos aprovechan el verano para venir al FIB o al Rototom, por no enumerar cualquiera de los cientos de actividades recreativas y lúdicas existentes, la pregunta es qué les mueve para irse a India, Perú, Bolivia o Nepal ,gastando los ahorros de todo un año, con el objetivo de echar una mano ,en la medida de sus posibilidades , en una de las miles de misiones que la Iglesia tiene por todo el mundo, ayudando a los más desfavorecidos, a los más pobres, allí donde no llega nadie más.
La tentación de etiquetarles como mojigatos o meapilas desaparece al conocerlos, pues son total y absolutamente normales, con ganas de divertirse como todos, con dificultades en sus estudios, como casi todos, con sus padres, sus inseguridades, sus miedos y sus ideales.
Son jóvenes que han recibido en sus familias, mayoritariamente cristianas una educación en valores, con la pretensión que antes que médicos, mecánicos, economistas o químicos sean buenas personas, con principios y solidarios.
Con la alegría propia de la juventud y la expectación ante una nueva experiencia, como espectador privilegiado en la marcha de una de estas expediciones, no puedo dejar de tener un poco de envidia, pues seguro que vivirán situaciones en la que las comodidades a las que estamos acostumbrados no estarán y eso curte. Envidia sana porque conocerán a gentes diferentes que les enriquecerán y como europeos privilegiados en un mundo de diferencias y contrastes les hará tomar conciencia de otras realidades, añadido como no a la ayuda que les prestarán con toda seguridad, con la consiguiente satisfacción personal.
Siento igualmente orgullo y satisfacción de estos jóvenes, por haber decidido que esta es una buena manera de pasar un verano, decisión tomada desde la responsabilidad y la independencia personal; son buena gente y como padre de una de ellos la emoción inevitable que como progenitor tengo al comprobar que el camino de ser ya una joven adulta comenzó hace tiempo.
Jóvenes que sin reparo cuando se les preguntó que iban a hacer este verano, respondían sin rubor: me voy de misiones. Otro modo de pasar el verano, tomemos nota, pues las lecciones se dan la mayoría de las veces con hechos y no con palabras.
































