Miguel Ángel Cerdán. Profesor de Secundaria.
¿Tiene algún sentido una nueva Ley de Educación que va a durar exactamente lo mismo que el PP en el poder? ¿Qué pretende el Partido Popular al promulgar un cambio legislativo en nuestra Educación que no cuenta con ninguna clase de consenso y que por lo tanto ya tiene fecha de caducidad? ¿Puede haber mayor cinismo que el del Gobierno del señor Rajoy y del señor Wert, que, al tiempo que se llena la boca con la calidad de la educación y la autoridad del profesorado, recorta becas y aumenta ratios de forma brutal y denigra directa e indirectamente a los profesores?
En cuanto a la necesidad de cambios en nuestro sistema educativo, es innegable que algunos son necesarios. Pero, así mismo conviene alejarse de histerismos, saber de dónde se parte y a dónde se quiere llegar. En primer lugar, conviene resaltar que nuestro sistema educativo ha mejorado mucho en igualdad de oportunidades y en equidad Así, conviene saber que en Gran Bretaña, según narra Owen Jones, una quinta parte de todos los niños con derecho a comidas escolares gratuitas no aprueban cinco o más de los exámenes para el título de bachillerato elemental; en el resto de alumnos ese porcentaje se sitúa en apenas un 8 %. Esta diferencia se debe a lo que Fiona Miller llama el “capital cultural”, es decir el distinto nivel sociocultural de los padres de los niños. Diversos pedagogos han incidido en este tema.
Y en el caso español, por ejemplo, los trabajos de Klose y Granados han demostrado que si el nivel socio-cultural de los padres españoles fuera similar al de los finlandeses, España ocuparía el puesto octavo en PISA y no el veinticuatro. De hecho, Castilla y León, con un elevado nivel cultural de su población adulta, se sitúa en el informe PISA en las primeras posiciones del ranking. Por ello, y en contra de lo que argumentan los agoreros secuaces de la lideresa condesa y de Wert, hay que señalar que España ha hecho un enorme avance en calidad y en equidad. Así, se ha pasado en porcentaje de titulados en educación secundaria postobligatoria de un 46 % para hombres y un 39 % para mujeres para los nacidos entre 1951-1960, a unos porcentajes de un 63 % y un 71 % respectivamente para los nacidos entre 1971-1980. Y es más; si entre los nacidos entre 1940 y 1950 sólo llegaban a la universidad poco más del 5 % de los hijos de padres sin estudios, entre los nacidos entre 1971-1980 ese porcentaje había ascendido al 20 %. Es decir, hay mayor porcentaje, pese al histerismo de unos cuantos, en titulación y sobre todo en igualdad de oportunidades. Y esa igualdad de oportunidades la ha proporcionado la Escuela Pública
Es cierto que el nivel de abandono escolar es elevado aún, aunque para ello tal vez deberíamos fijarnos el modelo productivo que ha imperado en nuestro país, un modelo basado en el ladrillo y que ha ejercido un importante efecto llamada en muchos de nuestros jóvenes, jóvenes que abandonaban prematuramente los estudios de la secundaria obligatoria para trabajar en diversos oficios, muchos de ellos ligados a la construcción. Tal vez por ello, una vez iniciada la crisis se ha reducido de forma notable el abandono escolar temprano.
Aun así son imprescindibles los cambios, y el no caer en la complacencia. Pero para abordar estos cambios, es imprescindible hacerlo desde la buena fe. Y por lo tanto trabajar por un Pacto de Estado entre todas las fuerzas políticas, sindicales y sociales, y donde cuente significativamente la voz del profesorado de a pie. En este sentido no está de más recordar cómo Gabilondo lo intentó y como sobre todo el PP, pero también una parte del PSOE, boicotearon su intento. Ese, de todas formas, era el camino. Retomemos el mismo, y sobre todo revirtamos los brutales recortes en Educación que ha propinado este Gobierno, un Gobierno que tiene la desfachatez de titular su Ley de Educación con el nombre de calidad mientras manda un memorándum a Bruselas donde se compromete a reducir la inversión en Educación un punto porcentual del PIB.






























