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domingo, 5 de mayo de 2024 | Última actualización: 14:30

¿Cómo te cuento que me duele el alma?

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María B. Alonso Fabregat. Psicóloga Clínica y Forense. 

Antes de exponer la naturaleza del sufrimiento humano,  ese dolor punzante, que algunos refieren en el pecho, al cual nos referimos cuando verbalizamos, “me duele el alma”, cabría descifrar como se refiere o describe algo tan poco palpable y objetivable como el ‘alma’. Anima o espíritu como es conceptualizada por la filosofía. Intangible, invisible, en la antigüedad se anteponía al cuerpo, provocando el dualismo. Los filósofos griegos asumieron el alma como inteligencia, como alma de los sentidos y como espíritu.

Si bien, lejos de pretender hacer un tratado de filosofía e historia del pensamiento humano, en cuanto al concepto del ‘alma’, lo que pretendemos en este escrito es descifrar de qué naturaleza es aquello que referimos cuando coloquialmente verbalizamos “me duele el alma”.

Dolor es desde la psicología y desde otras sapiencias una experiencia subjetiva, que no se puede aún medir de forma realista, a pesar de los estudios desde la neurofisiología por medir y cuantificar las neuronas que aportan esta información a nuestro cerebro, desde partes periféricas de nuestro cuerpo físico. Es un proceso neurofisiológico de percepción nociva, se sabe desde el ámbito de estudios de neuroanatomía, en el caso del dolor físico, donde están ubicadas  las neuronas sensitivas que recogen tal experiencia y cómo funcionan, ahora bien estamos hablando del dolor de una herida física, del dolor de un traumatismo…  Pero tampoco forma parte de esta denominación el intento de este artículo.

Una vez llegado a este punto vamos a unir varios aspectos ya tratados, una experiencia de dolor, es por tanto subjetiva, pero no exenta de un nivel de sufrimiento elevado, tiene que ver con lo inobservable con lo intangible, a pesar de su invisibilidad es reconocida y racionalizada por el individuo, dándole un valor sensitivo y sin perder su incorporeidad. Por tanto es una experiencia humana como la entendía la antigua Grecia, donde inteligencia o raciocinio, sensibilidad y espíritu convergen.

Desde la experiencia de los despachos de profesionales de la Salud Mental, sabemos que este tipo de sufrimiento, de dolor intangible, invisible, pero muy potente para quien lo sufre,  es de los  ‘dolores’ más incapacitantes, hasta el punto que puede llevar a un individuo al suicidio, a realizar un acto terrible contra otros, a la perdida de la cordura o la locura, a la perdida de coherencia y desadaptación de una persona.  Ese dolor sin correspondencia física en ninguna parte de nuestro organismo, es posiblemente el peor de los dolores, propiciando un sufrimiento inexplicable para quien lo padece.

Desde esta posición,  se pueden entender (que no justificar) ciertas acciones llevadas por el ser humano en un estado de desesperación y enajenación, donde primero apareció la experiencia de ‘dolor del alma’ y posteriormente  ’a rotura de su yo’. Tampoco queremos entrar en la sustancialidad del yo o del alma desde los paradigmas de la psicología.

Así cuando nos referimos coloquialmente a “dolor del alma”, este puede ser más o menos pasajero, puede ser más o menos difícil de sobrellevar, puede producir un deterioro rápido de la persona que lo sufre, puede producir un deterioro crónico y un sufrimiento perdurable, o puede llevar a un desenlace fatal para la vida física, o bien del individuo o bien de otros. Pero tampoco pretendemos justificar la violencia sobre otros o sobre uno mismo,  desde esta perspectiva. Siguiendo al Profesor, Bayes, “sufrimiento y muerte no son términos sinónimos”.

En casi todas las ocasiones ese sufrimiento es en silencio y en muchas otras casi en secreto: es el caso del sufrimiento del ansioso, del fóbico que intenta pasar desapercibido, es el caso del sujeto cuyo cuadro de personalidad patológica le puede llevar a auto-mutilarse, a asesinarse asimismo, el del psicótico, el de otros muchos enfermos mentales, que callan y se pellizcan el alma para que no se les cuestione, se les dictamine o se les estigmatice más.

En ocasiones este terrible sufrimiento, en una sociedad basada en la búsqueda constante de la felicidad, como algunos autores afirman una sociedad del ‘prozac’. El dolor casi es un delito o una debilidad, estigmatizando a todo aquel que no muestre continúa complacencia.

En otras ocasiones es el valor de pérdida, de perdida de uno mismo, de pérdida del otro, de perdida de sentido de la vida, de pérdida de todo, de lo tangible y de lo intangible.

Es la soledad del sufrimiento en la mayoría de las veces lo que acaba llevando al individuo a que se quiebre y termine contra natura, tomando la decisión de ir en contra de su propia programación biológica de preservación de su yo físico, rompiendo su plan de ciclo vital o el de otros.

Nos deberíamos cuestionar,  que hace que las personas que sufren, se sientan solos, busquen la soledad, callen y lleven en silencio… Tras un gran nivel de sufrimiento en silencio,  un día nos sorprende la noticia más o menos pública que alguien “se quitó del medio" y se llevó a su anciana esposa demente también con él, o se llevó a su hijo discapacitado, o simplemente se fue solo. Nadie sospecho de su intención,  que se había hecho invisible en su ciudad, en su barrio, en su edificio de vecinos. Entonces su entorno cae en la cuenta que se le veía poco, que quizás iba desaliñado, que quizás mostraba una imagen estoica de su sufrimiento en su vecindad, de resignación.

No es casualidad que a medida que los valores de la sociedad se van reformulando más materialistas, más basados en valores menores humanistas, más casos de estos nos sorprenden. Lo que es mucho peor, estamos transformándonos en insensibles, que a las pocas horas o días olvidamos el drama que ocurrió cerca de nosotros y que era evitable. Este tipo de sufrimiento del otro, que puede ser nuestro vecino, nuestro amigo de la infancia, nuestro hermano…