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viernes, 26 de abril de 2024 | Última actualización: 19:43

Violencia política

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Jorge Fuentes. Embajador de España. 

Siempre hay un ingrediente de tensión en la política y no es del todo malo que así sea. En definitiva, la política trata sobre nuestras vidas, nuestra convivencia, decide sobre los aspectos fundamentales de nuestro día a día: el trabajo, la salud, la educación de nuestros hijos, nuestra economía. No en balde, en muchas familias se decide excluir el hablar de política para eludir conflictos y tener la fiesta en paz.

No existe ningún país en que la vida política transcurra de forma tranquila y ordenada. Pero lo que está ocurriendo en Madrid en estos días rebasa los límites de la tensión y entra en el campo de la violencia verbal y física.

No debería ser así ,ya que en Madrid, frente a lo que ocurre en Cataluña, en el País Vasco y en otros lugares de España, no está en juego la independencia de una comunidad ni grandes diferencias culturales, sociales o lingüísticas. Sin ser nada de ello, sí que está en juego el choque más puramente político, como es la diferente visión del mundo de las derechas y las izquierdas.

Es también llamativo que cuando ese enfrentamiento tenía lugar entre dos partidos, el choque era menos violento, que ahora en que la liza debería estar difuminada entre la media docena de formaciones que compiten. En los últimos días hemos tenido dos oportunidades para presenciar el espectáculo del odio y la violencia, una función nada edificante, hay que decir.

El debate de TeleMadrid del miércoles 21 tuvo un poco de todo. Es difícil decir quién de los seis participantes estuvo mejor y quién peor, quién ganó y quién perdió. Depende de los ojos del espectador. Los medios conservadores detectaron la fortaleza de la presidente Ayuso que "ganó porque no perdió" y dio buena nota a la desconocida García de Más Madrid, porque no se esperaba nada de ella.

Como de costumbre, Iglesias había salido para morder y lo hizo con su saña habitual aunque sin llegar a herir, muy a su pesar. Sólo tenía un rival a su nivel, aunque con buenos modales y con la suave dialéctica habitual de Rocío Monasterio, que pese a todo, no se olvidó ni de las pedradas de Vallecas, ni las miserias de Galapagar ni de la niñera del Estado.

Los que resultaron más penosos fueron Gabilondo y Bal. El primero se mostró incapaz de hilvanar una sola frase excepto la sentencia final "Querido Pablo, nos quedan doce días para triunfar". Y el Abogado del Estado que llegó disfrazado de motero (¡vaya montaje!) y gesticuló inútilmente durante dos horas buscando rebasar el difícilmente alcanzable 5%.

Por si aquello no había sabido a bastante -para muchos fue de sobra- la SER organizó otro espectáculo dos días después. Esta vez Iglesias, para quién lo único valido es atraer la atención a cualquier precio, debió comprender que la mejor forma de hacerse notar era abandonando el plató dejando en la más absoluta desolación a la grotesca coordinadora Àngels Barceló. Con mil palabras, Iglesias no habría alcanzado tanto eco como con esa retirada que se vio acompasada por la del padre Ángel y por la doctora García.

No sé si llegaremos a conocer si las amenazas postales dirigidas a Marlaska, a la directora de la Guardia Civil y a la familia Iglesias en pleno, fueron reales o si todo fue un montaje. Lo que sí sabemos es que a la izquierda, que estaba prácticamente vencida en Madrid, la ha hecho revivir.

"Podemos" triunfó en la SER. Pero no tanto como Díaz Ayuso que con muy buen criterio, había decidido no participar en aquel "show" en que era evidente no tenía nada que ganar y bastante que perder.

En resumen, un triste espectáculo de odio y violencia del que muchos concluimos que, o gana el PP por la absoluta el día 4 o en Madrid y en España se va a armar la marimorena. Ni siquiera una victoria del PP junto con Vox tranquilizaría los ánimos.

Aunque quizá fuera una buena ocasión para hacer notar que, como ya quedó probado en Andalucía, en Murcia, en Castilla León y en la propia Madrid, Vox es una formación y un socio mucho más fiable de lo que muchos se empeñan en hacer creer.