Jorge Fuentes. Embajador de España.
Ha caído en mis manos el libro de Elvira Roca, ‘Imperiofobia y Leyenda Negra’ y no he podido dejar de pensar que en España tenemos un problema de autoestima y que desde hace al menos tres siglos, los intelectuales españoles tenían que ser hispanófobos si querían tener algún prestigio y reconocimiento.
Defender las aportaciones de España a la civilización mundial, criticar a quienes -particularmente en la Europa protestante- inventaron la Leyenda Negra, hablar bien de España, ser un patriota, defender la gesta americana que fue capaz de mantener durante tres siglos un Imperio de 20.000 millones de kilómetros cuadrados, todo ello y muchos hechos más, no está bien visto.
Quien reflexione sobre esas ideas, en el mejor de los casos será tildado de patriotero, de haberse quedado con el lavado de cerebro que nos hicieron en los años de los colegios franquistas. En el peor de los casos será considerado como fascista y anticuado.
No se trata de caer en el error opuesto y considerar que todo cuanto ha hecho y hace España es perfecto. Yo mismo he criticado algunos aspectos de nuestra sociedad que me parecen mejorables: el descuido de nuestro hermoso idioma y su pérdida progresiva, la defectuosa estructura económica que mantiene a uno de cada cinco españoles en el paro, la escasa curiosidad cultural de nuestra población etc...
Lo que está ocurriendo en España en estos tiempos va mucho más allá. Es el insulto puro y duro a todo lo que huela al país. Es el odio y desprecio proferido por cineastas como Trueba, Toledo, Almodóvar; por programas de televisión vasca pagados generosamente por todos nosotros, a razón de 140 millones de euros anuales para una TV que en el mejor de los casos llega a dos millones de espectadores; son los lavados de cerebro que se hace a los estudiantes catalanes y el estribillo de ‘España nos roba’.
Como consecuencia de todo ello se está produciendo entre nosotros un fenómeno extraño y contradictorio. En las recientes encuestas mundiales sobre los países más atractivos, aquellos en que mejor se vive y en los que la población es más feliz, España no figura entre los primerísimos puestos. En los últimos años es Dinamarca la que aparece en primer lugar y ello basándose en la expresión que ya ha hecho fortuna con libros traducidos a todos los idiomas: HYGGE, que significa algo así como bienestar.
No voy a criticar el modus vivendi de Dinamarca, un pequeño y hermoso país con un nivel de vida admirable. Pero el HYGGE es algo que practicamos, en mayor o menor medida, en todo el mundo: reunirnos en casa (no en los bares), cuidar el ambiente con luces indirectas, velas, chimenea, música suave etc… evitar temas crispados como los laborales, los políticos, tomar bebidas calientes en los días de invierno, ser consciente de la paz y bienestar que se vive en cada momento. Y sonreír o reír.
Ahora resultará que en España no nos reímos bastante y eso que no conozco ningún país con más fiestas, más juergas y más jarana que el nuestro.
Es posible que en el norte de Europa sean más felices que en sur pero lo cierto es que para serlo tienen que venirse hacia España y Francia que son los dos países que reciben mayor número de turistas del mundo. No incluyo a Estados Unidos y China que debido a su gran extensión y población deberían estar fuera de concurso. Y esa es la gran contradicción: los más felices vienen a redondear su felicidad a los teóricamente menos felices.
Calvino llevó a la hoguera a tres veces más personas que Torquemada; Inglaterra exterminó a la casi totalidad de judíos existentes en su territorio; el antisemitismo de Francia y no digamos de Alemania fue mil veces mayor que el de España; las matanzas de indígenas en América perpetradas por Gran Bretaña fue muy superior a las efectuadas por España.
Pero ninguno de los otros países mencionados tuvo que cargar con una Leyenda Negra que nosotros hemos sido los primeros en creernos y, por consiguiente, hemos sido incapaces de combatir. A ver si ha llegado la hora de hacerlo.






























