Jorge Fuentes. Embajador de España.
Once puntos de diferencia (55%-44%) a favor del NO a la independencia de Escocia respecto al Reino Unido. Aunque en los últimos días algunas encuestas habían dado la victoria al independentismo, lo cierto es que el resultado final ha sido el que se preveía desde que hace dos años el partido independentista empezó a pedir la consulta y fue tal ventaja de los unionistas la que inspiró a Cameron autorizar el referéndum, una decisión arriesgada que finalmente ha salido bien al inquilino de Downing Street aunque a ratos lo llevó al borde del infarto.
Toda Europa estaba pendiente de lo que decidía ese pequeño estado de 5 millones de habitantes y es que su separación de Inglaterra, Gales y el Ulster hubiera podido tener efecto contagio en otros puntos de Europa con tendencias secesionistas, léase Bélgica, Baviera, Córcega, el Norte de Italia sin olvidar Cataluña y el País Vasco. Ha triunfado el NO pero las consecuencias finales están aún por ver, tanto en el Reino Unido –donde ya es sabido que Londres tendrá que ceder más facultades financieras y de gasto público a favor de Edimburgo-, como en otros países de la Unión Europea.
No es cuestión de insistir en lo que hubiera podido ocurrir en caso de haber triunfado el SI. Las consecuencias habrían sido graves tanto para Escocia –que habría conocido una importante fuga de capitales y un descenso del 30% de su PIB, aparte de verse excluida de todas las organizaciones internacionales- como para el resto del Reino Unido con efectos probables sobre Gales y el Norte de Irlanda. La consecuencia más vistosa hubiera sido la modificación de la bandera británica que, privada del componente blanco y azul escocés habría quedado irreconocible, pese a ser hoy, junto con la norteamericana, la más identificada del mundo.
Aunque se insiste en que el caso de Escocia no tiene mucho que ver con el catalán, lo cierto es que todos los movimientos secesionistas tienen mucho en común: la mezcla de impulsos sentimentales y racionales para buscar una vía independiente; la elaboración de una Historia propia aunque ese pasado fuera mucho menos próspero y estuviera teñido de ensoñaciones; la convicción de que, económicamente, el país separado funcionaría mucho mejor librado del peso de la mal considerada metrópoli.
El hecho de que el 9 de Noviembre Cataluña tiene fijada una –ilegal- consulta ha convertido el referéndum escocés en primerísima noticia en nuestro país en general y en Cataluña-País Vasco en particular que miraban con envidia el hecho de que los escoceses pudieran acudir libre y lícitamente a las urnas. No desconocen los catalanes y vascos que en un Reino Unido sin Constitución, el referéndum no era ilegal y que Escocia fue hasta 1704 un reino independiente integrado voluntariamente y para escapar de la pobreza, en un Reino Unido próspero que transmitió su riqueza al vecino septentrional.
Nada de eso ocurre en España. La vigente Constitución española de 1978, aprobada en todo el país y con especial entusiasmo en Cataluña, excluye expresamente los referendos autonómicos. Sin olvidar que Cataluña no fue nunca en su Historia un estado independiente sino un condado integrado en la Corona de Aragón.
Las miradas están ahora pendientes del mes de Noviembre. Probablemente no habrá consulta en Cataluña pero sí continuarán las maniobras para –quizá con elecciones anticipadas que sean planteadas en clave plebiscitaria como sucedáneo de la consulta- seguir empujando en ruta hacia su independencia. Hasta que llegue esa fecha y pendientes de cómo el gobierno central resuelve el problema, conviene no olvidar que ni Escocia, ni las federaciones y los landers europeos poseen parecido nivel de decisión como lo tienen las autonomías españolas.






























