Jorge Fuentes. Embajador de España.
Rita Barbera no murió solamente el miércoles 23 sino que lo vino haciendo poco a poco desde muchos meses atrás, cuando su partido, toda la clase política, la prensa, las instituciones y el pueblo en general le dieron la espalda de forma absoluta. A ella, que había dedicado su vida a su partido, a su ciudad, a sus compatriotas, a España.
Y lo hizo de forma eficacísima, siendo capaz de modernizar Valencia, de transformar el Partido Popular, de vencer las elecciones al ayuntamiento valenciano seis veces consecutivas, durante 24 años, de propiciar la victoria de Aznar y de Rajoy, en los momentos más difíciles para ambos.
Conocí a la alcaldesa en los años noventa, cuando ella se encontraba en la cresta de la ola. Cuando España entera la jaleaba y no había regidor en todo el país que le hiciera sombra. Por entonces invitaba a valencianos en el mundo a compartir con ella desde el balcón del ayuntamiento, una de las 'mascletas' falleras. Allí conocí a Luis Sánchez Polack 'Tip', a Calatrava, a García Asensio, a Francisco y sobre todo a doña Rita, simpática, sencilla, hospitalaria, abierta.
Por aquellos años y como quien dice, hasta hace cuatro días, Valencia se volcaba con su alcaldesa que disfrutaba mezclándose entre su gente. Resultó imbatible incluso en la última ocasión en que, siguiendo la disciplina de su partido, compitió con una sociedad plural y no le resultó posible alcanzar la mayoría absoluta viéndose desplazada por el triunvirato que ahora rige la Comunidad.
Y comenzaron las dificultades para la señora Barbera. Los valencianos y los españoles sacamos a relucir los peores rasgos de nuestro carácter. Quienes hasta entonces se habían volcado para abrazarla y saludarla, le dieron la espalda. Valencia entera quedó injustamente etiquetada como capital de la corrupción, un título que, por derecho propio habían ganado Andalucía, Cataluña y Madrid, pero que todos ellos supieron sacudir sus culpas exportándolas a nuestra Comunidad, por dos trajes y cuatro perras.
Todos se cebaron con Rita que tuvo que refugiarse en el grupo mixto del Senado, con un vecindario (Bildu, Convergencia, Compromís) que de por sí debió agravar su dolencia cardiaca.
Por exigencia de Ciudadanos, el PP no dudó, aunque a regañadientes, en expulsarla del partido si es que quería alcanzar los 170 escaños y la gobernabilidad del país. Entre ellos dos y la nube de cuervos armados de micros y cámaras, Rita Barbera se fue apagando día a día ante nuestros ojos. Sentarse ante el ex fiscal general de ZP, Conde Pumpido, fue ya demasiado. Su pobre corazón no lo resistió.
Descanse en paz querida alcaldesa. A su pueblo le faltó coraje para defenderla y a su partido también. De la despreciable actitud de Unidos Podemos, no merece la pena ni hablar. Ahora llegan las lágrimas de cocodrilo de quienes la hundieron. No me cabe ninguna duda de que cuando nadie recuerde a las grises figuras que nos gobiernan, todos en España recordaremos a esa gran mujer que fue Rita Barbera.

































