Jorge Fuentes. Embajador de España.
En el verano de 1978 mi familia y yo cerrábamos nuestro puesto en Yugoslavia. Era un año muy especial para nosotros puesto que esperábamos el nacimiento de nuestro tercer hijo y habíamos decidido que naciera -como su padre- en Valencia, a diferencia de sus hermanas que, por imperativos profesionales, habían venido al mundo en Madrid y Ginebra.
Una vez en nuestra tierra y mientras el feliz acontecimiento se producía, visité a nuestro librero favorito en Castellón, Domingo Casañ, propietario de la librería Ares clausurada muchos años después.
Pedí a Domingo que me recomendara algunas lecturas para aquel mes. Entre las obras seleccionadas hubo una novela en cuya calidad mi amigo insistió mucho; se trataba de ‘La verdad sobre el caso Savolta’, opera prima de un joven autor catalán aun poco conocido por entonces, Eduardo Mendoza.
Al leer la solapa del libro vi que Mendoza vivía y trabajaba en Nueva York y puesto que yo acababa de ser nombrado consejero en la Representación de España ante Naciones Unidas con sede en la Gran Manzana pensé que tendría ocasión de conocer al escritor.
Después de varias semanas de residencia en la Tercera Avenida neoyorkina, con los muebles, los libros y las cortinas colocados y con toda la familia aclimatada al nuevo entorno -¡incluido el bebé!- pregunté a mis compañeros en la ONU si conocían a Eduardo Mendoza. Una de ellas, Mercedes Rico, hermana de la también escritora, Carmen Rico Godoy, me respondió con su chispa habitual: “Claro que lo conozco. Y tú también. Es el intérprete de cabina de la segunda comisión en la que tú trabajas”.
De forma que durante varias semanas había estado escuchando la voz de Mendoza en mi pinganillo, traduciendo las intervenciones de mis compañeros y las mías propias y no era consciente de que allí tenia al autor de ‘El caso Savolta’, hoy rebautizada con el título inicialmente pensado por el autor, ‘El ejército catalán’.
Así nació una amistad que dura hasta el día de hoy. Al menos una vez al mes, durante los cuatro años que convivimos en Nueva York, almorzábamos juntos en nuestros lugares favoritos cercanos a la sede de la ONU.
Pasado el tiempo los dos dejamos la gran ciudad. Yo seguí mi carrera en distintos puestos (Túnez, Estocolmo, Madrid, Washington...) y él se trasladó a Barcelona donde continuó produciendo una obra que se encuentra entre las mejores de habla hispana. Alternó novelas de gran calado como ‘La ciudad de los prodigios’ o ‘Riña de gatos’, con otras de lectura más fácil como la serie de aventuras ‘negras’ de un disparatado e innombrado detective.
Mendoza acaba de ser premiado con el Cervantes, el galardón de más prestigio de nuestro idioma que antes obtuvieron Cela, Juan Goytisolo, Ferlosio, Martin Gaite, Borges, Sábato, Paz, Vargas Llosa etc.
Después de haber ganado innumerables reconocimientos, mi amigo ha tocado techo. Confío que el Cervantes no suponga una invitación al retiro sino que estimule al autor a nuevas aventuras literarias.






























