Jorge Fuentes. Embajador de España.
Desde hace 57 años, cada domingo entre mayo y septiembre a las 12 y a las 16 horas, los mejores pianistas del mundo interpretan piezas de Federico Chopin, en la amplia rotonda del parque Lazienki de Varsovia, plaza que preside la escultura del recordado músico polaco.
Tuvimos la suerte de asistir al concierto de la pasada semana, una jornada gloriosa de primavera en que el laureado pianista Michal Drewnowski interpretó durante una hora una hermosa selección de piezas de su compatriota, cerrando el concierto con una de sus más conocidas ‘Polonesas’.
Mientras escuchaba el recital pensaba que cada país se nutre de una serie de símbolos, de iconos y mitos. Cervantes es el primer nombre que nos viene a la mente cuando pensamos en España. Shakespeare, cuando pensamos en el Reino Unido. Beethoven, Moliere, Leonardo de Vinci son los alemanes, franceses e italianos más notables. Y aquí surgen otros motivos de reflexión: son todos ellos gentes de la cultura y el arte y no solo ni casi nunca, son políticos quienes simbolizan la quintaesencia de los países.
Asimismo los mitos no son únicos sino múltiples en cada país. En el caso de Polonia están Kopernico, Maria Curie, Juan Pablo II, Joseph Conrad, Sienkievicz, Billy Wilder y un largo etcétera.
El caso de Chopin fue muy particular y ustedes comprenderán enseguida por qué. Nació en 1810 en Zelazowa Wola, localidad situada a 60 kilómetros de Varsovia. Hijo de un profesor francés de origen polaco y de una aristócrata polaca, Federico vivió en Varsovia, donde se trasladó la familia, hasta los 20 años en que marchó a Paris cuando ya era un compositor y concertista consagrado. Hay que tener en cuenta que compuso su primera ‘Polonesa’ a los 8 años y dio su primer concierto a la misma edad.
En Francia triunfó rotundamente siendo una de las estrellas del romanticismo imperante tanto en el campo de la música como en el de la pintura y la literatura.
Su vida fue tumultuosa y breve. La tuberculosis acabó con él a los 39 años. Cuando hoy, a esa edad muchos artistas aún no han empezado a crear, Chopin había completado una obra ingente que sería inmortal.
Pero acaso sea más interesante recordar que Chopin, polaco por excelencia, vivió toda su vida como ciudadano de un país que había dejado de existir. En efecto, después de que Polonia fuera durante el siglo XVI el país más grande de Europa en su mancomunidad con Lituania, (mayor que Rusia, que Francia o España) la presión de los agresivos vecinos la hicieron desaparecer del mapa intermitentemente, repartida entre Rusia, Austria y Prusia, durante tres siglos.
Chopin fue uno de tantos millones de polacos que, en el mundo, llevaban su patria en el corazón. No en balde el himno nacional polaco recuerda que "Polonia no morirá mientras los polacos vivamos".
Polonia sufrió su última gran agresión, esta vez por parte de Alemania, en 1939. Gran parte del país quedó destruida y en especial Varsovia, iniciando su reconstrucción desde el día mismo del armisticio. Hoy la capital es una ciudad viva y floreciente, con una actividad cultural y social animadísimas y con modernos edificios que conviven con los menos glamurosos que se construyeron con urgencia en los primeros años de la postguerra.
Polonia no ha olvidado a aquel gran patriota y extraordinario pianista enterrado en el cementerio Pere Lachaise de Paris pero cuyo corazón es conservado, por voluntad propia, en la Iglesia de la Santa Cruz de Varsovia. El aeropuerto de la capital polaca lleva su nombre. Uno de los mejores museos de la ciudad está dedicado a él. La rotonda principal del parque central de la ciudad rememora su imagen y su música, como ha quedado dicho. Su casa natal es visitada con reverencia por estudiosos del mundo entero. Cada lustro, Varsovia organiza un concurso internacional de piano bajo el nombre de Chopin. De ahí han surgido los mejores virtuosos contemporáneos del mundo.
Chopin, un patriota sin Patria. Que irónico contraste con nuestros días en que tanto abundan las Patrias sin patriotas.
