Jorge Fuentes. Embajador de España.
Hay tanto de qué hablar que uno no sabe por dónde empezar. Ahí están las dos mociones de censura contra Cifuentes y contra Rajoy (¿O lo es contra el PSOE?). Ahí las desgracias que asolan al Reino Unido desde que se produjo el Brexit, incluida la muerte aun no suficientemente explicada de nuestro compatriota ‘El héroe del monopatín’ y el incendio dramático de la torre de Notting Hill Gate. Los triunfos de Macron, los sobresaltos de Trump, el nuevo encarcelamiento del violador del ascensor y un largo etcétera.
Nada me parece más fascinante, sin embargo, que evocar el cuadragésimo aniversario de las primeras elecciones democráticas del 15/06/77. Aunque han pasado tantos años muchos recordamos con ilusión cómo vivimos aquel momento y dónde votamos por primera vez.
Entonces éramos más pobres (nuestra rpc era de unos 1.200 € al año), de menor estatura (unos 8 centímetros más bajos) nos esforzábamos en alcanzar los 40 millones de habitantes cuando hoy hemos rebasado los 46 millones, seis de ellos venidos de fuera, había entonces muchos menos coches, televisores, teléfonos. No existían los móviles, ni las tabletas, ni los ordenadores domésticos.
En estos vectores hemos progresado mucho, de ahí que haya una curiosa contradicción cuando los ‘podemitas’ insisten en que, en estos tiempos se dará la paradoja de que nuestros hijos vivirán peor que nosotros y peor que sus abuelos. Es decir que, según ellos, con Franco se vivía mejor.
Lo que si existía en aquellos años setenta de la transición era una enorme ilusión por muchas cosas: por romper el aislacionismo, por ser demócratas, por ser europeos, por poder votar (lo hicimos el 80% de los españoles), por dejar atrás la ruptura de las dos Españas nacidas con la segunda República y la guerra civil.
Todas esas aspiraciones se alcanzaron; vino la prosperidad, los coches, el boom inmobiliario, los viajes, los Erasmus. Pero también, sin hacerse esperar, llegó la crisis, el estallido de la burbuja inmobiliaria y unos índices de paro del 23%, con cerca de seis millones de compatriotas desempleados, sin horizontes de futuro con todas las penosas consecuencias que ellos conllevó.
Entre otras la crítica profunda a los dos partidos de gobierno -el PSOE y el PP- que el pueblo ha responsabilizado de todo lo malo que estaba ocurriendo sin apreciar lo mucho bueno que se había alcanzado. Como consecuencia de ello en España, igual que en la inmensa mayoría de los países de nuestro entorno, brotaron partidos de toda índole de entre los que destacan por su particular peligrosidad los populistas ya sea de derechas, como ocurre en los países del centro y norte del continente, y de izquierdas, típicos del sur.
En nuestro alrededor, el mundo se ha vuelto complicado y no es que el reciente pasado fuera como para echar cohetes: recordemos las convulsiones sufridas en la primera parte del siglo XX, con dos guerras mundiales y varias guerras balcánicas. Pero el derrumbamiento del bipartidismo clásico como ha ocurrido en Grecia y en Francia, el advenimiento de esa nueva guerra que representa el terrorismo yihadista, la mala racha que está pasando la Unión Europea, las dudas que provienen de nuestro aliado transatlántico son factores que empañan todo lo bueno que los cuatro últimos decenios nos han deparado. Apostemos por que la celebración de los 50 años de nuestra democracia borrará algunas de las sombras que ahora empañan el escenario.






























