Guillermo Miró. Ingeniero Industrial.
Después de introducir la increíble historia de superación de Mónico Sánchez, que salió de un pueblo de Ciudad Real hacia Nueva York para trabajar en lo que era su pasión, la electricidad, hoy vamos a seguir explicando las peripecias de este español por EEUU, relacionadas con la “guerra de las corrientes” que introducíamos la semana pasada. Prometo que la historia no pierde ni un ápice de su “chispa”.
Mónico llegó a Nueva York en plena efervescencia de esta ciudad, con multitud de oportunidades de emprender. Así, empezó a trabajar de ayudante de delineante, pero pronto se matriculó en el Instituto de Ingenieros Electricistas, un centro de formación profesional. También cumplió su deseo de ir a la universidad, la de Columbia, para un curso de electrotecnia de unos pocos meses de duración. Aunque seguía trabajando, iba esforzándose para estudiar lo que le gustaba, y aprendiendo para el que era su gran objetivo.
Como decíamos la semana anterior, Nueva York se encontraba inmersa en plena guerra de las corrientes. Las centrales eléctricas de Nueva York producían electricidad a manta, pero el problema era distribuirla hasta los tranvías y las bombillas de las casas, y dos grandes inventores de la historia pugnaban por este hito. Edison, propietario de la compañía General Electric, defendía la corriente eléctrica continua, un fluir permanente que implicaba grandes pérdidas en forma de calor por la resistencia de los cables. Mientras, el ingeniero serbio Nikola Tesla, en la empresa Westinghouse, propuso utilizar una corriente alterna, en el que la electricidad varía cíclicamente, minimizando las pérdidas. Este desencuentro provocó un aluvión de demostraciones públicas a favor de la corriente alterna (por Tesla, que montaba shows donde hacía pasar la corriente alterna por su cuerpo) y en contra (con Edison electrocutando hasta la muerte animales – incluyendo un elefante, Topsy –mediante corriente alterna).
Así pues, en plena guerra de las corrientes Mónico Sánchez fichó como ingeniero de la Van Houten and Ten Broeck Company, dedicada a la aplicación de la electricidad en los hospitales. Allí, aplicando algunos avances de Tesla, desarrolló su primer gran invento: un aparato de rayos X portátil, utilizado en la primera Guerra Mundial para las ambulancias de campaña. Apenas pesaba 10 kilogramos, frente a los 400 de los equipos tradicionales de la época.
Con el desarrollo del aparato de rayos X portátil, Mónico Sánchez se había ganado el respeto de los ingenieros de Nueva York. Uno de ellos era Frederick Collins, un tipo que estaba desarrollando algo muy especial: los teléfonos móviles. Había desarrollado unos aparatos que podían comunicarse a más de 100 kilómetros sin cables. El problema era que su teléfono tenía un micrófono de carbón, que se calentaba poco a poco y terminaba ardiendo al cuarto de hora o así de estar hablando sin interrupción.
La semana que viene contaremos las últimas peripecias de Mónico en Nueva York y su regreso triunfal, o no, a España. Como siempre, comentarios abiertos para sugerencias, ideas… Hasta la semana que viene.
































