Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.
Hoy, Domingo de Ramos, comienza la Semana Santa, la semana grande de la fe cristiana. Los días siguientes nos llevarán hasta su corazón, el Triduo Pascual, los tres días santos, en que conmemoramos la pasión, muerte y resurrección de Cristo Jesús
El Triduo Pascual comienza el Jueves Santo con la misa vespertina ‘En la cena del Señor’. En ella conmemoramos, la institución por Jesús de la Eucaristía, el Memorial de su Pascua. Como cada familia judía, Jesús se reúne con sus discípulos para celebrar la fiesta de la Pascua comiendo el cordero asado para conmemorar la liberación de la esclavitud de Egipto. Jesús, consciente de su muerte inminente, en lugar del cordero se ofrece a sí mismo por la liberación de nuestros pecados: él es el verdadero Cordero pascual. Al bendecir el pan y el vino en la cena, Jesús anticipa el sacrificio de la cruz y manifiesta que quiere perpetuar su presencia en medio de los discípulos: bajo las especies del pan y del vino, él se hace realmente presente con su cuerpo entregado y con su sangre derramada.
En la última Cena, Jesús constituye a los Apóstoles en ministros de la Eucaristía; pero, antes de nada, les lava los pies, invitándoles a amarse los unos a los otros como él los ha amado, dando la vida por ellos. Jesús nos deja así su testamento, el "mandamiento nuevo" del amor fraterno, en el gesto del lavatorio de los pies, que recuerda el humilde servicio de los esclavos. Sus discípulos estamos llamados a testimoniar así el amor de nuestro Redentor.
El Viernes Santo está centrado en la contemplación y adoración de Cristo en la Cruz. En las iglesias se proclama el relato de la Pasión y resuenan las palabras del profeta Zacarías: "Mirarán al que traspasaron" (Jn 19, 37). Este día fijamos nuestra mirada en el corazón traspasado del Redentor, en el que "están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2, 3), en el que "reside corporalmente toda la plenitud de la divinidad" (Col 2, 9). Por eso el apóstol Pablo puede afirmar que no quiere saber "nada más que a Jesucristo, y este crucificado" (1 Co 2, 2). En verdad, la Cruz revela "la anchura y la longitud, la altura y la profundidad" de un amor que supera todo conocimiento y nos llena "hasta la total plenitud de Dios" (cf. Ef 3, 18-19).
En el Sábado Santo, la Iglesia permanece unida a Maria en silencio y en oración junto al sepulcro, donde el cuerpo del Hijo de Dios yace inerte como en una condición de descanso a la espera de su resurrección. Ya entrada la noche comenzará la solemne Vigilia pascual, durante la cual en cada iglesia se entonará el canto gozoso del Gloria y del Aleluya pascual por toda la comunidad cristiana, feliz porque Cristo ha resucitado y ha vencido a la muerte. La Vigilia Pascual es la cima a la que todo conduce: es la celebración litúrgica más importante de todo el año. Deberíamos esforzarnos por participar en la Vigilia Pascual. En la resurrección de Cristo encontramos la respuesta amorosa de Dios-Padre a la muerte de su Hijo: una respuesta de triunfo sobre el pecado y la muerte, una respuesta de gloria, de vida y de esperanza. Jesús vence el tedio, el dolor y la angustia del pecado y de la muerte. Su triunfo es nuestro triunfo. Cristo con su resurrección nos devuelve la Vida de los hijos de Dios.
Acojamos este misterio de salvación, participando intensamente en el Triduo Pascual; bebamos en este manantial permanente de gracia. Preparémonos con el sacramento de la Reconciliación, momento de especial adhesión a la muerte y resurrección de Cristo, para poder participar con mayor fruto en la santa Pascua.






























