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lunes, 29 de abril de 2024 | Última actualización: 18:23

Eficiencia empresarial

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Juan Teodoro Vidal. Químico. 

Mucho se está hablando los últimos meses sobre la recuperación económica para salir de la crisis, y casi todo se achaca a la función del crédito y a la acción del gobierno y las demás administraciones. Ese planteamiento es válido si fueran los únicos factores en juego. Sin embargo, se dice muy poco, si es que alguna vez se habla, de la eficiencia empresarial y la competitividad. Y cuando se habla, surgen propuestas que chirrían, como la del FMI de bajar los sueldos en España con carácter general un 10 %. Si se llevara a la práctica se retraería el consumo, una vez más, en un momento especialmente delicado, con lo que el efecto global sobre la economía sería devastador.

Es evidente que, sin el crédito, difícilmente se puede iniciar ninguna actividad económica, y también que las administraciones tienen en su mano facilitar las cosas, combatiendo la corrupción y haciendo que los trámites para la contratación de empleados y la gestión económica del Estado sea la adecuada, evitando ahogar a las empresas y ciudadanos a base de impuestos. Pero no es menos cierto que sin unas empresas eficientes, que sean capaces de competir en el mercado cada vez más global, no hay medidas de política económica que valgan.

La eficiencia empresarial empieza por aplicar unos principios básicos, que siempre funcionan, y que no tienen que ver con la reducción de salarios, como el de que para que un proceso de producción sea eficiente, de las posibles soluciones hay que adoptar la más simple. En general, las empresas utilizan unos recursos limitados para convertir algo sin valor en algo apetecible por los clientes. Cada vez más, esos recursos son máquinas. Los operarios están para asegurarse de que las máquinas hagan bien su labor. Cuando el proceso se diseña de forma que sea simple, en general, se necesitan menos recursos y, por lo tanto, resulta menos costoso. Además, al ser más simple un proceso, hay menos posibilidades de error, por lo que la calidad percibida por el cliente es mayor. De la reducción de costes se benefician, en primer lugar la empresa, que se convierte en más competitiva en el mercado y, en segundo lugar, los clientes, que obtienen su producto más barato. Este principio básico, aplicado, tiene diversas consecuencias prácticas, como por ejemplo:

- Si en una actividad productiva hay ocupados empleados y máquinas, se aumenta en general la eficiencia, si puede realizarse sólo con máquinas. Este principio es el que usaron los bancos, al sustituir los cajeros ‘de carne y hueso’ por cajeros automáticos, que sólo necesitan la atención una vez al día, y no cada vez que llega un cliente para hacer un reintegro.

- Si en una actividad productiva se emplean máquinas, se aumenta la eficiencia si se consigue que se pueda realizar sin máquinas. Siguiendo el mismo ejemplo, los bancos propiciaron la sustitución de los propios cajeros automáticos por el uso de la banca electrónica por internet, combinado con las tarjetas de crédito y débito.

- Ejemplo notable de cómo han mejorado procesos es el paso de las ‘tiendas de ultramarinos’  a los supermercados. Fue un avance espectacular de la venta de alimentos y bienes de consumo. Los clientes no tenían que esperar turno para que les sirviera el tendero, les hiciera la cuenta y les cobrara. Al principio se marcaban los productos uno a uno con una etiqueta de precio. La introducción de etiquetas de código de barras permitió dejar de etiquetar cada producto para poner una sola etiqueta para cada tipo de producto en la estantería, agilizar el cobro en caja registradora y consolidar la facturación con el control de stocks y las necesidades de pedido en el mismo momento de emitir el ticket de caja.

Estos ejemplos prácticos de cómo la simplificación de los procesos ha hecho la función de los bancos y de los establecimientos de distribución más eficientes, tienen sus equivalentes en todas las actividades económicas. No hay que olvidar que, como ocurre con cualquier juego de restricciones, todo lo que se haga se ha de hacer aplicando las que marcan las leyes, pero también aplicando principios éticos admitidos por los trabajadores y clientes, ya que la empresa no es un ente aislado del mundo, y cuando se aplican cambios en los que se respeta una ética aceptada socialmente, se evitan los traumas y se consiguen mejoras adicionales. La simplificación de los procesos, bien realizada, no significa reducir la plantilla. Por el contrario, si la empresa recoloca a su personal en las funciones que aporten valor tras las mejoras aplicadas, con un proceso más eficiente, podrá facturar más a un menor coste. Por lo que, con los mismos salarios y el mismo personal, podrá ser más competitiva y tener más beneficios. Con ello, los empleados conseguirían también estar más seguros en su empleo.

Si consiguiéramos que, en todo el tejido industrial y empresarial, se produjera una adecuación y mejora de los procesos, acabaríamos con un déficit estructural importante en España y daríamos un impulso que no depende ni de la banca ni del Estado, para la salida con nota de la crisis. Las medidas de aumento de la eficiencia son mucho más efectivas y, desde luego, más creativas y éticas que cualquier rebaja de salarios generalizada que, supuestamente, pueda mejorar la competitividad, como la que ha propuesto recientemente el FMI, pues abordan el problema de raíz y corrigen las estructuras productivas ineficientes.