Jorge Fuentes. Embajador de España.
Durante más de cuatro décadas he ejercido la función diplomática representando a España a distintos niveles -desde secretario de embajada a embajador- y en diversos países incluida la administración central, es decir, el Ministerio de Asuntos Exteriores. Mi carrera no ha sido meteórica pero tampoco ha conocido fuertes altibajos como los he visto en compañeros que, por haberse afiliado a un partido político, conocieron los avatares lógicos con los cambios de gobierno.
La casi totalidad de mis colegas han sido personas decentes que han avanzado en sus carreras sin que su reputación se viera manchada. Han sido muy pocos, los podría contar con los dedos de una mano -o como máximo, de las dos- los que se vieron expedientados por irregularidades administrativas. Puedo decir con serenidad y orgullo que mi expediente administrativo, está limpio como una patena y que el único móvil que me empujó a la profesión diplomática fue la vocación por un oficio que me permitiera representar a España en el mundo de la forma más digna posible.

Digo todo esto porque últimamente los medios informativos han aireado varios escándalos en que se vieron envueltos cuatro embajadores a quienes conozco bien y sobre, omitiendo nombres, me permitiré hacer breves comentarios sin prejuzgar el resultado del proceso judicial en que algunos andan envueltos.
El primero de los casos ocurrió ya hace algunos años, en 2010, durante la celebración del mundial de fútbol de Sudáfrica. Nuestro embajador en Varsovia tuvo la idea de celebrar la victoria de España organizando una cena en la embajada en la que se excedió en su entusiasmo y dio una imagen dislocada impropia de su cargo. Lo malo es que había invitado a algunos corresponsales de prensa españoles que grabaron sus muecas y bailoteos y los divulgaron por la red. El embajador fue cesado fulminantemente y ahí acabo su carrera que por lo demás había sido más que buena.
Hace pocos días, el 9 de Abril, el embajador en Bruselas fue destituido acusado de absentismo laboral y abuso de autoridad. Por lo visto el embajador no cumplía con los horarios reglamentarios del oficio y no trataba con el debido respeto al personal. Lo jocoso de este caso es que el diplomático, hombre piadoso de misa diaria, asistía a la de 11 en capillas del OPUS pero, aspirando a la embajada ante la Santa Sede, desde que el jesuita Jorge Bergoglio ascendió al papado, nuestro embajador empezó a frecuentar iglesias de la orden de San Ignacio de Loyola.
Más serios y graves son los dos casos restantes.
El embajador en Finlandia, después de pasar años en Irak y Yemen, enfrenta una condena de 11 años de cárcel y 22 de inhabilitación. Se le acusa de haber usado fondos de la cancillería para contratar un mayordomo y un jardinero en la residencia. Se trata sin duda de una irregularidad reprobable pero francamente creo que el fiscal se ha pasado una barbaridad y espero que la sentencia final sea mucho más leve. Muchos asesinos salen bastante mejor parados.
El más grave de los cuatro casos es el que afecta al ex embajador en la India acusado de cobrar comisiones por representar a empresas españolas en el extranjero. Me cuesta creerlo pues esto va contra la esencia misma de nuestra profesión en que debemos esforzarnos para que nuestros empresarios se enriquezcan y nuestras firmas ganen licitaciones internacionales sin más beneficio propio que la satisfacción moral de haber hecho un buen trabajo que impulse la presencia española en el mundo.
No voy a pensar que existe una conspiración judeo masónica contra la Carrera diplomática. Precisamente por la lejanía en que ésta se ejerce, debe estar sometida a un fuerte control. Para eso están precisamente los inspectores de embajadas que sin duda han destapado estos y algunos otros asuntos reprobables. Esperemos que no se repitan.






























