Jorge Fuentes. Embajador de España.
Decía el poeta Joaquín María Bertrina en uno de sus más incisivos poemas
Oyendo hablar a un hombre, fácil es
Saber dónde vio la luz del sol
Si alaba Inglaterra será inglés
Si habla mal de Prusia, es un francés
Y si habla mal de España…es español
En España tenemos mal concepto de nuestro país al que evitamos llamar por su nombre, cuyo himno y bandera no respetamos y al que ponemos de chupa de dómine siempre que se nos pone a tiro. Desconfiamos de nuestras habilidades, creemos que nuestros científicos, nuestros técnicos y nuestros literatos son de inferior categoría a sus colegas de países de nuestro entorno o incluso de otros continentes remotos.
Nuestros escritores, particularmente los ilustrados del siglo XIX o también los contemporáneos de los siglos XX y XXI han venido sistemática y consistentemente criticando España. Así lo hicieron los arbitristas del siglo XVI, los Proyectistas del XVII, los Regeneracionistas del XVIII, los componentes de las Generaciones del 98 y del 27. En el transfondo de todos ellos estaba el dolor por España que Feijóo y Unamuno acuñaron de forma explícita. “Me duele España porque la amo” venía a ser su mensaje.
Lo cierto es que en muchos casos el amor por la patria no es desinteresado sino que está lleno de condicionantes. A unos les hubiera gustado una España en que hubieran triunfado los Comuneros de Castilla contra el imperialismo de Carlos I, a casi todos, una España sin Inquisición. Hay quienes creen que la mejor gesta de España fue el descubrimiento y conquista de América… frente a quienes opinan que la decadencia y pérdida de peso de nuestro país empezó con la sangría americana y la mala utilización de las riquezas captadas en el nuevo mundo. Las Cruzadas, Lepanto, Trafalgar, las guerras carlistas, las repúblicas, las dictaduras, la guerra civil son capítulos constantemente discutidos por nuestros analistas e historiadores.
En definitiva, ese amor por España lo es por un país utópico, una patria ilusoria de la que nos gustaría haber podido escoger algunos capítulos y dejar en el olvido lo que cada uno considera cuestionable. Pero en la vida las cosas no funcionan así: es preciso aceptar el país en su conjunto tal como lo configuró la Historia en su totalidad.
En el caso de España, nuestra Historia y la Geografía dibujaron un país diverso, de dimensiones correctas, de emplazamiento periférico en Europa, volcado sobre dos mares, con una vecindad peligrosa con el Tercer Mundo, con unas Instituciones tardíamente construidas que han configurado una estructura económica frágil, incapaz de lograr un nivel de empleo suficiente. Un país atractivo, tercer destino turístico del mundo, tierra festiva lo que gusta a muchos y cansa a algunos. Un país centrífugo, poco vertebrado, con un importante legado cultural pero con un nivel educativo mediocre. Con un espíritu patriótico bajísimo en que solo el 16% de los españoles estarían dispuestos a defender al país de una agresión exterior.
Eso es, aproximadamente, lo que hay señoras y señores. Lo toman o lo dejan. Si deciden dejarlo, las puertas están abiertas para escoger otra patria como han hecho muchos… que después se han pasado el resto de sus vidas añorando España. Si por el contrario optan por aceptarla, hay muchas cosas que podemos hacer para mejorarla y para disfrutarla plácidamente. Algún día pensaremos juntos qué podríamos hacer por nuestra patria.






























