María España.
De unos días a esta parte vengo reafirmando la vocación de servicio que me ha conducido desde el momento de mi nacimiento, especialmente, la que siento por la ciudad que amo, con mi futura integración al Grupo Municipal Popular en el que uno de mis cometidos será el de, gustosamente, invertir mi tiempo en beneficio de las fiestas de nuestra ciudad, como en tantas otras ocasiones. Y lo hago con la plena convicción de que lo que estoy a punto de emprender será una tarea ardua, pero muy gratificante.
Un año más, acudía la celebración de la eucaristía en honor a San Cristóbal, patrón de nuestra ciudad, esperando, ciertamente, ver representación de la corporación municipal, aunque, a excepción de la de nuestro grupo, no lo conseguí.
Este hecho tan relevante y que provocó un descontento generalizado puede, o no, entristecernos pero, desde luego, es un tanto inusual que, siendo un día tradicionalmente tan importante para nuestra ciudad y para nuestras señas de identidad, aquellos que hace tres años me acompañaban a procesiones e incluso se sentaban a mi lado, no acudieran, ni tan siquiera, a título particular. Mismo lugar, mismo patrón y misma celebración ¿cuántos años han tenido para decidir no acudir a la más genuina expresión de esta festividad? Y muchos no lo han hecho. Inusitado en demasía es lo bien que conocen y practican algunos el significado etimológico de la palabra compañía, “comiendo todos del mismo pan”, en almuerzos y cenas, festejando al mismo santo que en otras horas dejaban sin representación oficial del consistorio.
No cabe escudarse en discursos laicistas, las recurridas diatribas hacia el Partido Popular o las alegaciones diarias defendiendo el honor de los vecinos y la necesidad de acompañarlos. Y así es, de eso no hay duda, aunque se olvidaron de que en la concatedral de Santa María, como cada año, también tenían bancos llenos de ellos.
A la postre, esto no es cuestión de religión, de política, ni de gustos, más bien de respeto y representatividad, trabajar por todos y para todos.
