Rafa Cerdá Torres. Abogado.
El tristísimo accidente de avión que aconteció la semana pasada, y que dejó rotas de dolor a las familias de los más de ciento cincuenta pasajeros del Airbus A320 en el vuelo 4U9525, no hubiera supuesto una tragedia más a apuntar en la lista de desgracias de la aviación. Un terrible precio que se paga en la avanzada sociedad industrial en la que vivimos, y que permite recorrer distancias planetarias en menos de una jornada de viaje.
Pero este accidente en concreto, supone una anomalía: la desgraciada irrupción de Andreas Lubitz, el copiloto responsable de la colisión del aparato contra las montañas de los Alpes. Debe producir escalofríos escuchar los últimos instantes de vuelo del Airbus, cuando el Comandante que abandonó la cabina para ir al baño, y a la vuelta encontró cerrada la puerta, al tiempo que se iniciaba la maniobra de descenso del avión. El avezado piloto se cercioró al instante del enorme peligro que corrían las vidas de todos los pasajeros del aparato, y a pesar de los intentos de tirar la puerta de la cabina abajo con la ayuda de un hacha, nada pudo evitar la caída hacia la muerte.
Intentar adentrarse en las paranoicas razones que llevaron a una pobre mente enferma a perpetrar un homicidio masivo, supone un ejercicio inacabable; a buen seguro estos días nos inundarán por todos lados las más variadas teorías del estado psicológico de este ser despreciable. Ahora queda evaluar los mecanismos de control que las compañías aéreas implementan para garantizar que los pilotos y el resto de personal de vuelo, se encuentren en las óptimas condiciones para desempeñar la enorme tarea que supone trasladar a un gran número de viajeros por el aire. No hay que adelantarse tampoco a relacionar el padecimiento de trastornos como la depresión, con la presencia de una mente criminal. Demasiadas tonterías se han dicho durante estas jornadas frenéticas cargadas de información. Debe dejarse trabajar bien a las autoridades y a los expertos en este caso de desastres, cuyo ritmo de actividad no puede estar unido a los estándares de la información periodística. El conocimiento técnico de las causas no es objeto de una cabecera de periódico.
Cabe felicitarse por el alto grado de eficacia demostrado entre las autoridades galas, españolas y alemanas, en la atención a las familias de las víctimas del desastre y en averiguar qué ocurrió para que el avión se estrellara. Se ha trabajado mucho, rápido y bien. Mientras tanto, queda el difícil retorno a la realidad de todos los días, esa misma dinámica cotidiana en la que el azar, provoca que la acción de un trastornado se lleve por delante la vida de tanta gente inocente. La triste realidad, pero frente a la que vale la pena seguir luchando.






























