La expresión "sostenella y no enmendalla" se refiere a la actitud de quienes se mantienen obstinados en su error, por orgullo o por mantener las apariencias, aunque ese empecinamiento provoque un daño peor que rectificar. Ese dicho encaja como anillo al dedo para los ecologistas radicales, quienes hace tiempo impusieron a la sociedad su discurso del miedo y ahora se enrocan en él a pesar de las consecuencias reales y evidentes que ya podemos constatar en nuestro día a día.
Sin ir más lejos, aquí en Valencia sabemos desgraciadamente adonde nos ha llevado el discurso ecologista con el resultado de la DANA. Los ecologistas tenían un doble discurso alineado: por un lado, querían ríos libres, sin obstáculos antinaturales como presas, diques o azudes; y por otro, decretaron la ley paisajística de la Huerta de Valencia, que impidió construir las infraestructuras necesarias en el barranco del Poyo.
Entonces llegó el 29 de octubre de 2024, cuando la falta de infraestructuras hidráulicas y de limpieza de cañas agravó la riada a niveles catastróficos. Ahí tenemos, por citar dos pruebas inequívocas, el papel que desempeñaron la presa de Forata (entraron 2.000 m3/s y salieron 1.000 m3/s) y el Plan Sur (evitó que el agua llegase al centro de Valencia). Sin embargo, el ecologismo radical se continúa aferrando a la ideología de los cauces naturales, como si la equivocada a lo largo de la historia fuera la humanidad que ha ido intentando gestionar el territorio para minimizar el impacto de recurrentes sequías y riadas.
Los ecologistas radicales también sostienen y no enmiendan su posición sobre el (des)control de la fauna salvaje, ni siquiera ante la detección de jabalíes muertos por peste porcina africana (PPA) que ha puesto en peligro nuestra principal cabaña ganadera. Insisten en que la presencia de jabalíes no es en absoluto excesiva, llegan a advertir de que si los cazamos se reproducirán más rápido -como en una película fantástica de Disney- y que lo que sobran son las granjas de cerdos. ¡Será que no les gusta el jamón! La cruda realidad es que la superpoblación de animales silvestres ha multiplicado los daños agrarios, ha transmitido enfermedades a ganado, mascotas y personas, ha causado destrozos en núcleos urbanos, ha atacado a ciudadanos que han tenido que ser atendidos en urgencias y ha provocado cada vez más accidentes de tráfico (me gustaría saber si algún familiar de un fallecido en accidente sigue pensando como un ecologista radical de serie).
Otra salvajada. El discurso ecologista criminaliza los regadíos. Alertan que, en lugar de ser una barrera, favorecen el avance de la desertificación. El investigador Millán Millán, fundador del Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo (CEAM), acreditó que la salvación de Europa pasaba por que hubiera cultivos con evaporación y evapotranspiración de agua, imprescindibles para lograr lluvias tanto en la vertiente mediterránea como atlántica. Tenemos ejemplos como Israel donde una gestión racional y optimizada del agua ha ganado tierra al desierto. Aquí, en cambio, por culpa del discurso ecologista radical está avanzando el desierto.
La prohibición de materias activas fitosanitarias ha tenidos dos efectos, no sé cuál de ellos peor. El primero, la Unión Europea ha exportado la contaminación exponencialmente, porque, frente a las exigencias comunitarias, los países terceros usan fitosanitarios prohibidos aquí -así como más recursos de fitosanitarios, fertilizantes, agua, energía, etc. para producir el mismo kilo de alimentos que nosotros- y, encima, los traen desde miles de kilómetros y no precisamente en el catamarán de Greta. Y segundo, como consecuencia de la pérdida de competitividad y la crisis de rentabilidad, el abandono masivo de campos ha causado una gravísima degradación paisajística, ha despoblado los municipios del interior y ha recrudecido los incendios forestales.
Erre que erre, los ecologistas radicales persisten en su Pacto Verde porque, dicen, es el indicado para mitigar el cambio climático en todo el planeta. ¿Pero la supresión del 50% de los fitosanitarios obedece a un motivo científico o ideológico? ¿Por qué no poner el 80 o 90%, o sólo el 30%? En su cruzada contra el glifosato, fueron capaces de inventarse datos sobre su riesgo, lo que provocó, junto a otras irregularidades, el cierre de la revista "Science of the Total Environment". Incluso en el Ministerio para la Transición Ecológica se niegan a autorizar la suelta masiva del parasitoide Anagyrus fusciventris para el control biológico del cotonet del caqui Pseudococcus longispinus, pese a ser una especie asentada en nuestro territorio, aludiendo el argumento de que puede afectar a la biodiversidad. Lógico que el resto del mundo no nos haya seguido por este camino hipócrita y suicida que lo único que ha conseguido es desindustrializar Europa y encarecer la cesta de la compra.
Yo en su día les califiqué de iluminados, pero me quedé corto. Porque en ese momento vivían en la ideología. Pero ahora es peor, mucho peor, porque siguen en sus trece después de conocer todos los desastres cuantificables que ya podemos verificar y padecer. Sabiendo lo que ha sucedido, aún continúan vanagloriándose de que no debemos hacer infraestructuras hidráulicas, apostar por el regadío, reducir la población de jabalíes o usar medicinas para hacer frente a las plagas y enfermedades agrarias. O son tan orgullosos y prepotentes, o viven de ese pesebre, que no quieren admitir que sus planteamientos están siendo catastróficos. Lo mismo puede decirse de los políticos de la UE, que han asumido y convertido el ecologismo radical en su razón de ser, por eso les cuesta tanto retractarse. Niegan la mayor, y siguen negándola a pesar de los pesares.































