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lunes, 22 de diciembre de 2025 | Última actualización: 12:39

El día que tuviste que trabajar por dos: ahí empezó todo

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Hay un momento muy concreto en el que el “buen ambiente” se rompe. No es una bronca. No es un email. Ni siquiera es una discusión entre compañeros. Es algo mucho más silencioso y dañino.

Es ese día en el que te dices a tí mismo: “Me quedo yo… que si no, esto no sale". Y lo haces. Una vez. Luego otra. Al principio por tus compañeros, luego por tí porque va en tu forma de ser ... Pero llega un momento en que, sin darte cuenta, pasas de ser compañero a ser el "pringado". Y eso cansa. Mucho.

En mi investigación doctoral pregunté justo por ahí: por la percepción del compañerismo y por esa sensación de “tengo que trabajar más duro por la incompetencia o la falta de apoyo de otros”. Lo pregunté a líderes y a seguidores (porque la película cambia según cada barrio).

El resultado, fue muy revelador de lo que pasa en muchas organizaciones. Casi la mitad, un 48%, siente que hay buen compañerismo. Y hasta aquí, bien.

Pero el otro 52% ya no está tan cómodo: un 38% dice que es mejorable y un 14% afirma directamente que hay falta de compañerismo en sus empresas.

Y aquí viene la cuestión más interesante. Cuando la gente explica el “por qué”, rara vez habla de “malas personas”. Habla de cosas muy concretas que deterioran el día a día. Cosas que, si eres empresa, te interesan conocer porque te están costando productividad, clima… y rotación.

¿Quieres conocerlas?

Bueno, como te iba comentando en los comentarios, aparecen una y otra vez las mismas palabras: “trabajar más duro”, “falta de experiencia”, “gente nueva”, “falta de comunicación”, “comisiones”, “falta de formación”, “desmotivación”.

No es casualidad.

De hecho, cuando analizamos las causas de insatisfacción vinculadas al compañerismo, el patrón más repetido no fue “me cae mal”. Fue “no me apoyan”. Y muy pegado a eso, “tengo que rehacer”, “me toca corregir”, “me cargo yo con lo que otro no sabe hacer”. Después aparecen los clásicos que seguro has visto en tu organización: reparto desigual de carga, mala comunicación entre compañeros, fricciones puntuales y, sí… alguna persona que “intoxica” el ambiente.

Uno de los hallazgos que más me llamó la atención (y que a muchas empresas les incomoda) es este: en muchos casos, el origen no es la voluntad, sino el onboarding o plan de acogida en castellano.

Varias personas lo expresan con una claridad brutal: “No es por incompetencia… es porque son nuevos”. O dicho de otra forma: si metes a alguien en el equipo con poca formación, poca práctica y cero acompañamiento real, no solo lo pones en riesgo a él. Pones en riesgo al grupo, porque alguien va a pagar la factura. Normalmente el veterano. Y el veterano no se quema el día uno. Se quema el día 60, cuando ya nadie se acuerda de que también tiene su trabajo (y familia).

Y aquí aparece algo que en empresas se vive mucho y se habla poco: el posible choque intergeneracional. No porque “los jóvenes sean…” (no entremos en clichés baratos), sino porque cuando la integración no está bien diseñada, los más antiguos acaban asumiendo responsabilidades extra y eso genera tensión. Tensión de la que nadie se hace cargo, hasta que explota.

Otro detonante que sale de manera recurrente es el sistema de comisiones y la orientación extrema a objetivos. En entornos donde el incentivo es individual, la cooperación a veces se convierte en un lujo. Y entonces pasa lo que todos hemos visto: “esta venta era mía”, “yo ya he hecho lo mío”, “yo me voy a mi hora”. No siempre con mala intención. A veces por supervivencia. A veces por cultura. A veces porque el sistema premia exactamente eso.

Y ojo con esto, que es dinamita: incluso donde hay buen compañerismo entre perfiles operativos, algunos participantes señalan que se rompe “arriba”, entre mandos y directivos, cuando sube la presión. Lo dicen porque cuando el estrés aprieta, cada uno se focaliza en su parcela. Y la amabilidad, la paciencia y la cooperación se resienten. No porque sean peores personas, sino porque están desbordados.

Por eso, si en tu empresa escuchas “falta compañerismo”, yo no lo leería como una frase moral. Lo leería como un síntoma organizativo. Como una alarma. Porque muchas veces “falta compañerismo” significa, en realidad, falta de onboarding. Falta formación práctica. Falta coordinación. Falta comunicación interna que no sea un rumor. Falta liderazgo. Sobran incentivos que enfrentan. Y a veces, sobra una persona tóxica que nadie se atreve a gestionar.

Y si esto te ha sonado demasiado familiar, podemos hablarlo cuando quieras. A veces, con dos o tres ajustes bien hechos, el equipo vuelve a ser equipo. Y eso se nota en todo: resultados, rotación, clima y salud mental colectiva.

¿Viajamos juntos al éxito?

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