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domingo, 21 de diciembre de 2025 | Última actualización: 19:32

La paradoja del cielo y el infierno en el mundo de la empresa

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Imagina por un momento la escena del cielo y el infierno según una famosa parábola conocida como la alegoría de las cucharas largas. En ambos lugares, nos cuenta la historia, las almas tienen ante sí mesas rebosantes de exquisitos manjares. Sin embargo, todas tienen los brazos atados de tal modo que no pueden doblar los codos, y solo disponen de unas cucharas muy largas para intentar alimentarse. ¿El resultado? En el infierno, cada persona se desespera de hambre frente a la abundancia, incapaz de llevarse bocado a la boca, mientras a su alrededor todos padecen el mismo tormento. En cambio, en el cielo, aunque las condiciones son idénticas —brazos inmovilizados y cucharas larguísimas—, las almas sí disfrutan del banquete: allí han aprendido a darse de comer unas a otras, alimentando al vecino con la cuchara larga, de modo que nadie pasa hambre. La diferencia entre ambos escenarios, concluye la parábola, “se halla en el corazón de las personas”: en el infierno todos piensan egoístamente y desconfían unos de otros, mientras que en el cielo impera la generosidad y la cooperación.

Debo admitir que he conocido esta historia recientemente al interesarme por lo que sucede cuando dejamos de vivir y morimos. Tengo unas circunstancias muy recientes que me han tocado en lo más profundo del corazón. Sin embargo, en esta nueva columna de opinión para el periódico Castellón Información, te voy a hablar de algo mucho más terrenal: el mundo de la empresa y del trabajo. Sí, puede sonar extraño, pero hagamos el ejercicio. ¿No os recuerda la situación del infierno de las cucharas largas a ciertos entornos laborales tóxicos? Empresas donde abunda el talento, los recursos, las oportunidades de “manjares” (buenos proyectos, clientes, beneficios), pero aun así imperan la insatisfacción y el agotamiento. Son esos lugares donde cada quien va a lo suyo, donde los departamentos se echan la culpa unos a otros, donde los compañeros compiten dándose codazos en vez de apoyarse. 

En esas empresas-infierno, ir a trabajar se siente como una condena: hay gritos o silencios e indiferencia que son incluso peores, “jefes” que solo dan órdenes pero no ejemplo, compañeros que esconden la información útil para que el de al lado no destaque, o bien critican y hablan mal de ellos a sus espaldas, etc. Aunque objetivamente podría haber éxito colectivo, la gente allí “pasa hambre” de reconocimiento, de motivación y de sentido. Es el clásico caso de estar rodeado de abundancia pero morir de inanición por falta de colaboración. El egoísmo, la envidia y la falta de confianza atan los brazos de todos, y así ningún equipo puede llevarse el éxito a la boca.

Por el contrario, también existen empresas que parecen un pequeño cielo. Tal vez no tengan tantos “manjares” materiales como otras (o sí los tienen), pero en ellas hay algo invaluable: un espíritu de equipo y generosidad que alimenta a todos. Ellos son un claro ejemplo de mi lema “Viajando juntos al éxito”. Son organizaciones donde se comparte el conocimiento, los éxitos se celebran en conjunto y las dificultades se afrontan hombro con hombro. En lugar de “cada uno a lo suyo”, allí funciona el “todos para uno y uno para todos”.

He visto equipos, pocos también debo decir, en los que si a alguien se le “atasca la cuchara” con un problema, el de enfrente deja lo suyo unos minutos para ayudarle a resolverlo —¡le da de comer en su boca metafórica!—, sabiendo que el triunfo de uno será el triunfo de todos. 

En estos entornos, la energía que se respira es diferente: hay confianza, apoyo mutuo, empatía. La gente se siente nutrida no solo económicamente, sino emocional y profesionalmente. Y paradójicamente (o quizá lógicamente), suelen ser empresas más productivas y sostenibles en el tiempo. Cuando se fomenta la cooperación, el pastel se agranda y alcanza para más, mientras que en la rivalidad egoísta cada quien podría acabar con las manos vacías.

La paradoja cielo-infierno nos enseña que las circunstancias externas pueden ser idénticas, pero el resultado cambia radicalmente según la actitud colectiva. Esto aplica tanto en la empresa como en la fábula: dos compañías del mismo sector, con recursos similares, pueden tener destinos opuestos dependiendo de su cultura interna. 

En una, la cultura de infierno, los empleados viven amargados, el talento huye (¡quién querría quedarse en ese “hambre” eterno!), los clientes notan ese clima y también se alejan... En la otra, la cultura de cielo, se crea un círculo virtuoso: empleados motivados que se cuidan entre sí, líderes que sirven de ejemplo (y sirven literalmente a su gente, en vez de servirse de ella), lo cual se traduce en mejor servicio a clientes, innovación y estabilidad.

Ahora bien, ser generosos y cooperativos en la empresa no siempre es fácil. Implica un acto de fe similar al de la parábola: dar de comer al prójimo confiando en que él también te alimentará. Significa a veces renunciar a un lucimiento personal inmediato para brillar como equipo después. 

No falta quien, como en el infierno del cuento, desconfíe y diga “¿darle de comer a ese de enfrente? ¡Jamás!”, pensando que ayudar a otro es “hacerle el favor al vago de mi compañero” o “beneficiar a otro departamento a costa del mío”. Es comprensible ese temor; al fin y al cabo, todos tenemos algo de ego y de inseguridad. Pero si nadie da el primer paso, todos acaban perdiendo. ¿De quién es la responsabilidad de romper ese círculo vicioso? 

En mi opinión, empieza por el liderazgo: si quienes dirigen predican con el ejemplo de colaboración y confianza, poco a poco el resto del equipo se anima a soltar las sospechas. También es clave la comunicación: a veces, la “mala sangre” entre departamentos proviene de malentendidos. Hablar abiertamente y con respeto puede desatar esos nudos. Por supuesto, está la empatía: recordar que el “otro” no es un enemigo, sino alguien que seguramente quiere, al igual que tú, hacer bien su trabajo y sentirse realizado. Y como no, no puedo dejar de hablar de humildad. Una persona que comete errores humanos graves y no se arrepiente, que rechaza obstinadamente la opinión del otro, que no da su brazo a torcer aun sabiendo que se ha equivocado, lleva a un equipo al infierno.

Una buena gestión empresarial se parece más a ser un anfitrión de banquete que se asegura de que todos los comensales coman (no él solo). En la práctica, eso significa fomentar espacios de colaboración, reconocer los logros conjuntos (no solo premian al “mejor vendedor”, sino al equipo de soporte también, por ejemplo) y establecer objetivos compartidos. Cuando la dirección deja claro que aquí “nos salvamos todos o naufragamos todos”, la mentalidad cambia.

Así pues, la próxima vez que sintamos que nuestra oficina se parece al inframundo, tal vez valga la pena preguntarnos: “¿Estoy usando mi ‘cuchara’ solo para mí, o puedo con ella ayudar a alguien hoy?”. Cada pequeño gesto cuenta. 

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