Cada primer domingo de julio, próxima la fiesta de san Cristóbal, patrono de conductores y transportistas, celebramos en la Iglesia en España la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico. Lo hacemos al inicio de los desplazamientos masivos con motivo de las vacaciones de verano.
Estos días, nuestras calles y carreteras se llenan de vehículos particulares, donde familias enteras se desplazan por vacaciones, visitas a la familia, celebraciones religiosas o por turismo. Esto se une a los muchísimos transportistas, nacionales e internacionales, que día y noche circulan por toda la red nacional. Todos estamos llamados a respetar las normas de tráfico con el fin de evitar posibles accidentes. También los peatones y los usuarios de bicicletas o patinetes. A todos ellos, sin excepción, va dirigida esta Jornada. La Iglesia nos invita a tomar conciencia del significado del tráfico y de la urgente necesidad de esmerar nuestra prudencia en la carretera y en la calle. Nuestras imprudencias pueden causar desgracias.
La movilidad pertenece a nuestra vida cotidiana. Al ponernos en camino, tenemos la esperanza de llegar felizmente a nuestros destinos. Pero esto, por desgracia, no siempre sucede así. Por esta razón es preciso seguir redoblando los esfuerzos por parte de conductores y peatones así como desde las instancias públicas para seguir reduciendo los accidentes. No está de más recordar más la gravedad y las consecuencias graves de los accidentes viales, ya sean de familiares o personales (heridos y muertos), ya sean económicos y sociales (daños materiales, hospitales o incapacidad laboral).
La circulación, como actividad humana libre, está sometida a leyes éticas y jurídicas, derivadas de la naturaleza social del hombre. Estas normas valen para todos cuantos intervenimos en el tráfico sea como conductor o peatón, como vigilante del tráfico, o constructor o cuidador de vías y vehículos.
Conducir quiere decir también conducirse y controlarse, no dejarse llevar por los impulsos. Hemos de cultivar el autocontrol para evitar los gravísimos daños que se pueden causar a la vida y a la integridad de las personas y de los bienes. Nuestra actitud debería ser mantener en todo momento prudencia y atención. La prudencia es una de las virtudes más necesarias e importantes en la circulación. Esta virtud exige tomar precauciones para afrontar los imprevistos que se pueden presentar en cualquier ocasión. Desde luego, no se comporta con prudencia el que se distrae al volante con el móvil, el que conduce a una velocidad excesiva, el que descuida el mantenimiento de vehículo o el que conduce bajo los efectos del alcohol u otras sustancias.
































