Jorge Fuentes. Embajador de España.
El 8 de Abril, el Congreso de los diputados debatió la cuestión catalana con los resultados que eran de prever: 299 noes, 47 sies y 1 abstención. Mas, desde Barcelona, se precipitó a decir que aquello no era más que un punto y aparte y que el proceso continúa.
El próximo 9 de Noviembre, el tema será debatido en la Asamblea catalana donde también los resultados son previsibles con lo cual estamos ante la duda que nos atenaza desde hace años: España no quiere ni oir de consulta soberanista ni de independencia y los líderes catalanes quieren, por el contrario un referéndum que probablemente sería favorable a sus propósitos secesionistas y que sería un paso más en la dirección de la independencia que esperan alcanzar lo antes posible.
El proyecto del “stablishment” catalán –que no del pueblo catalán- es el producto de un proceso lento y calculado en que paso a paso ha subrayado el carácter diferencial de la autonomía catalana, y ello poniendo particular énfasis en el flanco educativo que ha lavado el cerebro a un par de nuevas generaciones, denigrado al resto de España, engordado el ego nacionalista con hazañas deportivas y de otro género, pero también arruinado el bolsillo de los catalanes por culpa de una política de derroche y corrupción.
Confío en que ni nuestra generación ni la de nuestros hijos y nietos veamos la ruptura de España que sería el peor de todos los muchos males que aquejan a nuestra patria. Ya hemos oído repetidamente que para Cataluña su separación de España tampoco le supondría entrar en un camino de rosas. Quedaría fuera de la Unión europea, de la ONU, de la OTAN y de todas las organizaciones internacionales; saldría del Euro, perdería un buen 20% de su PIB y muchos de sus mercados; tendría que pasar una larga travesía del desierto antes de lograr enderezarse de nuevo.
Pero no debemos cerrarnos solo en la banda de nuestros deseos sino que conviene reflexionar sobre otro escenario que es el que confían en hacer realidad los sectores separatistas catalanes. La imagen en que éstos se miran es en algunos de los países de la extinta Yugoslavia y, a largo plazo, en algún estado como Suiza que nada en la abundancia al margen de las alianzas. El haber pasado 15 años en esas dos regiones –Suiza y los Balcanes- me ayudará a analizar mejor los hechos y despejar algunas falsas verdades.
Empezaré diciendo que los deseos independentistas de una nación o un país es una aspiración noble y con frecuencia irracional que se efectúa por encima y al margen de las ventajas e inconvenientes que el país pueda alcanzar. En Europa cualquier región que se independizara sería viable, si no con sus propios recursos, lo sería con el apoyo del resto del continente. Si van a ser viables países como Kosovo o Albania, naturalmente que lo sería Cataluña dentro o fuera del Euro y de la Unión Europea, como lo son Noruega, Islandia y Suiza, tres de los países más prósperos de nuestro entorno.
Conviene no engañarse tampoco con otra falsa verdad: la secesión catalana perjudicaría más a la propia Cataluña que a España. No es así: ya hemos visto lo que a corto plazo perderían los catalanes. España perdería algo mucho más importante: la integridad territorial, la configuración del estado más antiguo de Europa con medio milenio de fronteras intocadas y la contribución de una de nuestras regiones más prósperas y de su muy creativa población.
En el último medio siglo, 75 países han accedido a la independencia; dos tercios de ellos como resultado de procesos descolonizadores pero un tercio eran países europeos que buscaron su independencia saltándose a la torera toda norma constitucional.
Si comparamos Cataluña con las siete Repúblicas desgajadas de la antigua Yugoslavia, conviene recordar que –aparte de la mayor o menor antigüedad de alguno de aquellos países- tal como rodaron las cosas en los Balcanes, el que quedó como villano de la Historia fue Serbia y su líder Milosevic que lucharon por mantener la unidad del país. España, Castilla, Rajoy son sin duda muy conscientes de ello y saben que los intentos separatistas de algunas autonomías deben frenarse por procedimientos legales y pacíficos.
Dicho todo lo cual, hay una verdad incuestionable: en ningún país civilizado, una autonomía, una región, un lander o un estado federal puede desgajarse unilateralmente del conjunto de su Estado. En el siglo XXI tal actitud crearía una inseguridad jurídica grave. La parte del territorio en que se encuentran no les pertenece. Texas, Córcega o el Véneto son parte indivisible de los EE.UU., de Francia o de Italia. Cataluña pertenece tanto a los catalanes como a los andaluces, los gallegos o los castellanos. Los valencianos no estamos dispuestos a que se ceda ni un palmo de España a nadie porque somos copropietarios de toda ella como los son los 47 millones de compatriotas del país.
La verdadera prueba de fuego llegará en Noviembre cuando los catalanes quieran hacer una consulta ilegal ¿Cómo la impedirá el gobierno español? Ciertamente no con el ejército que es lo que los partidos separatistas desearían ¿Con la policía, la guardia civil y los mossos? Cuidado con la violencia. Los separatistas están buscando víctimas, héroes, mártires. Ahí empezaría una espiral peligrosísima que tendría difícil marcha atrás. Hay que ahondar en la vía del diálogo aunque como vimos el pasado martes es muy difícil conciliar los deseos secesionistas con la aspiración de mantener la unidad nacional.































