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viernes, 26 de abril de 2024 | Última actualización: 15:02

Países divididos

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

En el pasado siglo XX hubo una serie de conflictos regionales o nacionales que se resolvieron con la división de los países en liza.

Se trataba principalmente de dirimir diferencias ideológicas entre comunismo y capitalismo que impedían la convivencia pacífica de un pueblo bajo un mismo territorio y un mismo gobierno.

Así sucedió en Extremo Oriente donde países como Corea y Vietnam salieron rotos tras cruentas guerras en las que países occidentales y principalmente los Estados Unidos, anduvieron muy envueltos.

Igualmente ocurrió en China en que tras la revolución cultural de Mao conoció la división entre el territorio continental y la isla de Formosa, posteriormente rebautizada como Taiwan, donde se trasladaron quienes no quisieron sufrir el régimen comunista, unos 23 millones de habitantes frente a los 1360 millones residentes en La China Popular.

En Oriente Medio, Yemen fue dividido igualmente tras un enfrentamiento  bélico que se saldó con la reunificación de las dos partes y de sus 27 millones de habitantes. El reencuentro no está siendo, sin embargo, pacífico y en los últimos cuatro años existe en Yemen una dolorosa y cruenta guerra civil.

La mayor ruptura del mundo se dio, sin embargo, en Europa, en que no solo se fraccionó un país -Alemania-, sino que lo hizo todo el continente en dos bloques divididos  por un simbólico Telon de acero entre los países del Pacto de Varsovia y de la OTAN.

Hubo un periodo al fin del siglo XX en que pareció que todas las rupturas iban a ser superadas. Las dos Alemanias se reencontraron después de la caída del Muro de Berlin; casi toda Europa se reencontró  en la Unión Europea y en la OTAN. Yemen se unió -como ha quedado dicho- en 1990. Vietnam lo había logrado en 1976.

En el caso de China, la sociedad internacional tuvo que claudicar, aplicar la realpolitik y admitir a la potente China Popular en Naciones Unidas, incluso como miembro permanente del Consejo de Seguridad, desplazando a Taiwan, con el que se rebajó el nivel de relaciones diplomáticas a pesar de mantener intensos contactos comerciales y culturales.

Y por último, quedaron separadas las dos Coreas. Recuerdo de mi juventud, la gran repercusión que tuvo en el mundo la guerra de Corea (1950-53), sobre la que proliferaron películas, libros, comics e incluso colecciones de cromos que aun debo conservar por algún lado.

Corea del Sur prosperó rápidamente y hoy es un país con muy alta tecnología (automóviles Hyundai, televisores Samsung etc), situándose como una de las diez potencias económicas del mundo ligeramente por encima de España, poseyendo una población de 50 millones de habitantes.

Corea del Norte, por el contrario, es una mezcla de Estado fallido y Estado gamberro, con una minúscula estructura económica y con una dinastía de dictadores que ha preferido condenar a la población de 25 millones a una vida de miseria a cambio de construir un ejército fuerte y un arsenal nuclear con el que puede alcanzar cualquier punto del mundo. Rusia y China le apoyan para sembrar el desconcierto en la región, lo que les beneficia.

Pues bien, con ese pequeño país y con ese líder, Kim Jong-un, Trump acaba de mantener un encuentro en Singapur con el difícil objetivo final de desnuclearizar el país y reunificarlo con Corea del Sur, a cambio de garantizar la prosperidad del país y el bienestar de sus ciudadanos.

Meritoria operación la efectuada por Trump. Pero pobres bazas las que enarbola ante un dictador a quien el único bienestar que parece importarle es el suyo propio y a quien sus ciudadanos le traen al pairo.