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sábado, 4 de mayo de 2024 | Última actualización: 20:15

¿Porqué me has abandonado?

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Santiago Beltrán. Abogado.

Alberto Fabra lleva toda la vida en política. Desde el año 82 en que entró en las Nuevas Generaciones del Partido Popular, hasta hoy, cuando está en entredicho o cuestionado su futuro político. No debemos anticipar nada sobre su presencia en las próximas listas electorales al Parlamento valenciano, liderando la candidatura conservadora, porque dicha decisión está en manos de la misma persona que le sitúo en el Palau de la Generalitat, tras la dimisión del ‘trajeado’ Camps, y de todos es conocido el carácter de secretismo exacerbado de Rajoy. Lo que queda claro es que el ex alcalde castellonense, era un personaje de bajo perfil político, al servicio del partido por encima de todas las cosas, lo cual suele coincidir con todos los que se integran en las formaciones políticas desde muy jóvenes, casi con el biberón en la mano. Es evidente que hay que tener méritos para ascender (sean los que sean), pero el compromiso con las directrices de la cúpula y por tanto, la obediencia debida, es la virtud más valorada cuando se hace balance internamente.

Fabra accedió a la Presidencia de la Generalitat, sin haber sido elegido en las urnas, posiblemente por su personalidad domesticada, y quizás acabe sin ser electo, no solo porque el partido del que forma parte no gane las elecciones por mayoría absoluta, sino porque no llegue a ser designado como cabeza de lista. Y las razones de ello, si llega a suceder tal circunstancia, cada uno los querrá encontrar donde prefiera, porque motivos ‘haberlos haylos’ y puestos a escoger puede valer cualquiera.

Su caída en desgracia quizás venga dada, precisa y curiosamente, por la misma causa que le permitió acceder al cargo de ‘President’. Fue elegido para cubrir una vacante, porque era de los pocos con responsabilidad, alejado de cualquier pasado de corrupción, y podía servir, por ello, a los fines marcados de renovar al partido en la Comunidad, desde su lejanía al poder autonómico, desde siempre en manos de Valencia y Alicante. Por tanto su paso era meramente coyuntural y su función seguir las líneas maestras que desde Génova se le daban y servir de puente al próximo candidato.

Para ello había que cumplir tres requisitos:

Uno, asumir y defender que la financiación de la Comunidad por parte del Estado era la única válida, con independencia a que el déficit histórico existiera y se mantuviera e incluso incrementara en el futuro, como así ha sucedido;

Dos, acabar con la corrupción interna, a lo cual se ha dedicado con denuedo, pero la inmensidad de la misma después de veinte años de mayorías absolutas seguidas, le ha granjeado un número similar de enemigos y ningún reconocimiento, ni público ni privado, por parte de la dirección en Madrid;

Tres, relanzar el partido con el juego de la renovación y la regeneración, y que las encuestas fueran el juez implacable de su éxito o fracaso, y en esta misión, Fabra ha fracasado estrepitosamente porque ni tiene el carácter populista que la misión requería, ni podía renovar una formación donde él, siendo joven, era ya de los más antiguos del lugar, tras más de treinta años a su servicio; tampoco podía regenerar un partido, donde se necesita eliminar de raíz a la mayoría de cargos públicos actuales, los cuales no solamente se han resistido hasta la extenuación sino que no han perdido ocasión para denostarle e incluso ningunearle.

Parece que tiene más enemigos entre las filas de su partido que fuera del mismo; que no ha sabido responder a la confianza en él depositada desde Madrid; que no ha renovado nada ni ha regenerado el partido, a pesar de todas las dimisiones y ceses habidos, que posiblemente constituyan un record en nuestra inconsistente democracia; y, sobre todo, no ha conectado con los electores, ni con los que contaba ni con los que tenía que convencer.

Fabra llegó sin ser elegido y se irá sin ser juzgado por las urnas. Podrá afirmarse de él que no ha tenido ni una mala palabra ni una buena acción, pero en el fondo estoy convencido que lo primero le venía de serie y lo segundo no le era propio sino heredado, aunque asuma con elegancia haber sido el chivo expiatorio en tiempos de corrupción y mezquindad.