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viernes, 26 de abril de 2024 | Última actualización: 23:10

El optimismo, instrumento de cura en tiempos difíciles

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María B. Alonso Fabregat. Psicóloga Clínica y Forense. Coordinadora del Centro Asociado de la UNED de Vila-real.

La sonrisa, las risas, la alegría, el sentido del humor forma parte de nuestro desarrollo como individuos y demuestra nuestra buena adaptación, y su buen uso, que todo va bien. Desde el ámbito de la Psicología, Rod Martin (2008) definió el sentido del humor como un proceso cognitivo, social y afectivo. Afectivamente, es una emoción positiva, con alegría y felicidad junto a dosis de ‘regocijo’, es decir, una ecuación donde a la alegría y la felicidad, se unen las acciones de diversión. Sabemos la importancia del juego para entrenarse y prepararse al mundo cambiante, lleno de incertidumbres que rodea el mundo infantil y posiblemente el regocijo, sea un juego universal e intergeneracional.

Una de las garantías evolutivas de que el desarrollo humano va bien es cuando el bebé sonríe por primera vez. Cómo se nos contagia esa sonrisa del bebe. Transcurrido un tiempo, el niño pequeño entiende y comparte con sus padres sus juegos y risas y así, una vez más, nos queda claro que el cerebro social y emocional recién estrenado funciona muy bien.

Seguimos evolucionando, y otro momento evolutivo deseable y adaptativo es ver como comparte el niño las primeras risas con sus iguales, en el patio del colegio. La risa, las bromas y los chistes forman parte de cualquier reunión, en cualquier grupo social o cultura. Lo que nos diferencia a unos de otros son las formas que damos al sentido del humor, a esa acción compleja de ‘regocijo’. Pero la necesidad de compartir risas es un acto social básico, común a la especie humana en cualquier momento de nuestra historia. Esa carcajada contagiosa, propiciada por bases neurológicas como las neuronas espejo, que nos llena de vitalidad y hace que nuestro cerebro segregue endorfinas, y nos haga sentir después mucho mejor y felices. En lo neurfuncional el ser humano está preparado para contagiarse de la emoción del otro, potencial del buen funcionamiento del cerebro social y emocional.

En el ser humano, la risa, el optimismo y el sentido del humor, la diversión de reírse por reírse, es un fin en sí mismo en toda reunión social. Esto le permite al humano generar realidades no inmediatas o presentes, donde la cognición y el desarrollo lingüístico es muy relevante, eso nos hace seres mucho más complejos que en otras especies en el ámbito de la risa y del sentido del humor en general.

En nuestra familia, siempre hay alguien que cuenta los chistes mejor que los otros, con los amigos está también el momento de la ironía, de la broma, del chiste, es todo un ritual de grupo. Un juego social, que no tiene grupo concreto, ni cultura , ni edad.

Cuando nos reunimos, compartimos en medio de risas y bromas, todo lo que tenemos que contar y cada instante que pasa va creciendo  y contagiándonos unos a otros de la alegría. No es de extrañar al final de una comida o una cena, en el café aparezcan ya claramente acciones concretas sin otro fin que reírnos, hasta que nos de la tos o incluso alguien tenga que salir velozmente hacia el aseo. Incluso en situación social más formal, como reuniones de trabajo, suelen cerrarse con elevados niveles de optimismo y siendo este un indicador claro del buen resultado de la reunión.

Pero además, desde la neurociencia se puede explicar esta necesidad de compartir algo tan social como la alegría, como parte de un proceso neurogenerador de felicidad. Algo que también está incluso en la base de algunas intervenciones terapéuticas, como son la “risoterapia”. También desde la neurociencia, se han detectado partes diferentes o circuitos  cerebrales diferentes para la risa, si es propiciada por cosquillas se encontrarían activadas las áreas de la circunvalación temporal posterior y si son risas por burla o ironía, propias de los chistes, se activa la zona cerebral del corte frontal medial. En este último caso parecen estar involucrados procesos cognitivos más complejos y conexiones con áreas cerebrales del lenguaje.

El ser humano tiene también un amplio bagaje de folclore cómico que le ha permitido sobrellevar situaciones complicadas, utilizando la “incongruencia jocosa”, como dice Rod Martin. Esto se produce cuando, ante una situación de incomodidad, de crisis o de sufrimiento, la transformamos en comedia. El recurso anterior, permite una mejor adaptación a la situación trágica y temida.

Las risas, la alegría, las bromas cumplen por tanto un fin social de adaptación a situaciones novedosas, complejas del día a día y situaciones de catástrofe. Se hace preciso procesar desde lo cómico, no solo situaciones banales, además también situaciones que nos duelen, que nos hacen sentir mal, que son altamente tóxicas para nuestras emociones. Convirtiéndose por tanto, las ironías, chistes y otras formas  en un instrumento o herramienta para la curación del alma, generando ‘incongruencias jocosas’. Solo hay que dar un vistazo a las redes a raíz del Covid 19, todos los chistes y montajes cómicos que circulan con dicha temática. La ironía y el chiste nos permiten seguir jugando a nivel simbólico, como hace el niño cuando juega hacer comiditas, para poder aprender y aceptar y superar. Es fundamental y preciso reírse.

Ejemplos claros de la necesidad de ‘incongruencia jocosa’ son los payasos en los hospitales, sobre todo en las salas infantiles, para ayudar a reír a esos niños enfermos. Porque la risa cura, hace feliz y mejora la eficacia de los medicamentos, al reforzar el sistema inmunológico. En los Centros Geriátricos, existen también profesionales, que hacen actividades dinámicas para provocar una sonrisa en nuestros ancianos. Forma parte de cualquier programa de intervención terapéutica un taller de risa, un taller de sentido del humor.

Asimismo, cuando hablamos de capacidad de adaptación y superación, hablamos de la resiliencia y, una vez más, el optimismo y el sentido del humor forma parte de los individuos altamente resilientes. Son personas más resistentes a la adversidad, que salen de ella con mejor estado general.

Ejerzamos ese sano deporte de reírnos, tanto de nosotros mismos, como de lo que nos rodea y de lo que nos preocupa. Esto no es algo banal, es un primer paso para estar fuertes y superar los malos momentos que vivimos. La trasferencia de una experiencia dolorosa en una experiencia jocosa, nos ayuda a aceptar y superar.