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lunes, 13 de mayo de 2024 | Última actualización: 20:59

Nombres y apellidos

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Miguel Ángel Cerdán. Profesor de Secundaria.

No son únicamente cifras. Son personas. Tienen nombres y apellidos. Y cada una de ellas tiene sus sueños, su historia. Cada una tiene su familia. Cada una tiene su vida.

Por eso no cabe resignación que valga. Por eso no vale pensar que ya escampará. Hay que actuar y hay que hacerlo ya. Porque las cifras que ha ofrecido el FMI de evolución del paro, no por haber sido precisamente y previamente intuidas y hasta anticipadas por algunos de nosotros, dejan de ser menos dramáticas. Y es que el FMI pronostica que hasta el 2019 la tasa de paro  será superior al 22 %,  que el crecimiento del PIB será muy débil, poco más del 1 % en el mejor de los casos, y que la tasa de inflación estará muy próxima a la deflación estructural. Unas cifras pues brutales, que inciden en un número de parados de larga duración que superan los dos millones y medio de personas, muchos de ellos mayores de 40 años, y que no pueden ser tratados con la frialdad de las cifras macroeconómicas.

¿Y qué hacer? Pues lo primero que debemos hacer es no admitir bajo ninguna circunstancia que el problema puede ser maquillado con una reforma laboral diseñada para precarizar el empleo y bajar salarios, o con empleos a tiempo parcial o subempleos que sólo sirven para mejorar de forma artificial las estadísticas. Y lo segundo que debemos hacer es analizar las causas estructurales que nos han llevado a esta situación, y entre ellas las causadas por unas élites extractivas que en el caso español son particularmente nefastas, y  a continuación actuar en consecuencia. Sin miedo a los cambios radicales.

Y entre ellos debe abrirse, y aunque no puede ser tratado el asunto a nivel únicamente español, no sólo la reordenación, reducción y reestructuración de la deuda global; debe abrirse paso la necesidad del reparto del trabajo, y de un aumento del salario mínimo por hora que lo haga efectivo a la hora de tirar de la demanda interna. Es decir, actualizar el viejo paradigma de reducir las plusvalías. Todo ello por supuesto bajo la condición de reordenar la globalización y hacerla justa y humana. ¿Qué es utópico? Tal vez. Pero la resignación y las recetas fracasadas no son opción. Y más en el caso español.