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miércoles, 22 de mayo de 2024 | Última actualización: 01:56

Las torres gemelas, cara y cruz

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María B. Alonso Fabregat. Psicóloga Clínica y Forense. 

El pasado domingo 11 de septiembre se cumplieron quince años, de aquel fatídico atentado, que conmovió al mundo entero y que posiblemente marcó un antes y un después en la historia de los atentados, y en la forma de abordar el terrorismo internacional por parte de los gobiernos de todo el mundo.  A parte del impacto político y de seguridad internacional que género, también provocó en los involucrados, que fuimos todos en mayor o menor medida, estados emocionales de mayor o menor gravedad, removiendo conciencias diferentes del mundo, de la seguridad y de nuestra realidad. Movilizó también acciones heroicas y altruistas.

El psiquiatra sevillano Rojas Marcos, en aquel entonces, 11 de septiembre de 2001, dirigía el Sistema de Sanidad y los Hospitales Públicos de New York, relata en su libro: “…las escenas estremecedoras que contemplé ese fatídico día y el dolor masivo y recalcitrante que durante meses sentí en tantas víctimas y en sus seres queridos fueron profundamente traumáticas para mí”. El duelo lógico tras la pérdida de un ser querido, se convirtió en un trauma masivo, que recorrió cada rincón de la Tierra, había más de ochenta nacionalidades entre las víctimas.

La literatura clínica recoge cómo ante el sufrimiento directo de un trauma o siendo espectador de un hecho traumático, se puede generar en muchos individuos un trastorno de estrés postraumático. Quizás la base del contagio en los espectadores y no víctimas directas sea la capacidad empática, y ésta a su vez sea la consecuencia a nivel neurobiológico de las neuronas espejo, que nos permiten empatizar para bien y para mal con el otro. Todos, en mayor o menor medida somos conscientes del impacto que tuvo, aunque solo fuéramos espectadores por los medios de comunicación. El desasosiego, malestar y recuerdo no agradable de aquellos días, nos hace conscientes que todos fuimos contagiados por aquel terrible trauma, que fue colectivo y mundial.

La concepción que tenemos del otro, de su capacidad de hacer daño, es inexplicable para el ser humano, que ese otro ser humano pueda infringir ese nivel de daño a otro u otros seres humanos. Solo psicópatas e individuos muy adiestrados o aleccionados y alienados pueden realizar este tipo de acciones.

A la hora de analizar que hace que un individuo acabe o no traumatizado, existen según las investigaciones varias variables que hacen que un hecho traumático pueda acabar en el desarrollo de un Trastorno de Estrés postraumático: En primer lugar, es más probable que se desarrolle TEP si el hecho lo ha realizado un agente humano que si es fortuito o por agente natural, es un acto intencional de un ser humano contra otro; Asimismo es más frecuente en el individuo que es de menor edad, en un sistema en desarrollo el impacto puede marcar de por vida, es el caso de menores abusados o violados; en tercer lugar, también es una variable relevante, la durabilidad del acontecimiento. En este caso, no duró solo durante el tiempo del impacto y minutos después, sino que se perpetuó en el tiempo, mientras se fueron extrayendo restos humanos de la ‘zona cero’, por tanto, el duelo se perpetuó y se transformó en trauma.

El otro día en una entrevista a una televisión, un bombero que perteneció a las unidades de rescate y atención en crisis y emergencias, que se puso en marcha tras el atentado, relataba claramente sus síntomas postraumáticos: “cuando escucho una campanilla, que es lo que utilizábamos cuando encontrábamos entre los escombros restos humanos, o escucho una sirena se disparan dentro de mí, todo el dolor, angustia… no puedo escuchar el sonido de una campana,… desde aquel día mi vida cambió…”

Los espectadores directos, como fuerzas de seguridad, familiares, amigos… buscaron durante semanas desesperadamente a sus seres queridos, las muestras de dolor eran continuas y las jornadas eran interminables. Este continuo contagio de la desesperación, del dolor, de la destrucción, fue el principal factor que ha provocado la mayor epidemia de Trastorno de Estrés Postraumático de la humanidad. No se debe olvidar que la nacionalidad de las víctimas recorrió todo el planeta. Quedaron miles de huérfanos… Estos hechos perduraran en la memoria colectiva durante décadas.

Los estudios que se realizaron meses posteriores, reflejan claramente el epicentro de la epidemia de TEP, en la misma zona cero, pero que abarcó varios kilómetros a la redonda e incluso a ciudades próximas. Sin contar el dolor que generó a miles de kilómetros de aquellos que escuchábamos por los medios de comunicación el impacto de tal barbarie. Las semanas que siguieron al atentado, los neoyorquinos presentaban estados de hipervigilancia, hiperalerta, problemas de sueño, de dificultades de control de la ira, ansiedad…

Diecinueve asesinos sembraron la destrucción y el miedo a lo largo de todo el mundo, pero también como siempre ocurre en la historia del hombre, aparecieron por doquier héroes anónimos. Una vez más este fenómeno de la capacidad de afrontamiento y de la valentía desmesurada en situaciones de crisis o de emergencia es el resultado de nuestro cerebro empático.  Es el caso de la historia de William Rodríguez que limpiaba cada día las escaleras de 110 pisos, que llegó esa mañana tarde a su trabajo y que nada más entrar se encontró con el desastre, salvando varias vidas. En la última salida de las torres,  en la cuarta vez que salía, tras ayudar a alguien,  se produjo el derrumbe de la segunda torre, se protegió debajo de un coche de bomberos y fue rescatado. Fue el último rescate vivo que se produjo en la ‘zona cero’, pero entró hasta en cuatro ocasiones a salvar a otros… Los claroscuros de la especie humana.