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martes, 30 de abril de 2024 | Última actualización: 16:42

Max Cajal

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

Los políticos, los militares, el clero, los juristas, los científicos, los enseñantes, los escritores y otras muchas profesiones, tienen gran reconocimiento público puesto de manifiesto en calles, estatuas, edificios erigidos o titulados en su memoria. Raramente ocurre así con los diplomáticos. Apenas puedo citar a dos de ellos con cierta celebridad: Agustín de Foxá, escritor de renombre, académico de la lengua y Ángel Sanz Briz, salvador de judíos durante la segunda guerra mundial desde su puesto de encargado de negocios en Budapest.

He conocido a grandes Embajadores españoles durante los últimos 50 años, a las órdenes de muchos de los cuales he trabajado: Nuño Aguirre de Cárcer, Miguel Solano, Javier Rupérez, Jaime de Piniés, José Luis Xifra, Jaime Ojeda, Juan Luis Pan de Soraluce etc. De cada uno de ellos he aprendido aspectos de este complicado oficio que luego he procurado transmitir a los jóvenes diplomáticos que trabajaron conmigo muchos de los cuales están haciendo brillantes carreras.

Pocos de todos ellos han conseguido influir en el curso de la política exterior de España en la medida en que lo hizo el recientemente fallecido Embajador Máximo Cajal (1935-2014). Quizá ustedes lo recuerden por el luctuoso suceso del incendio de la Embajada de España en Guatemala provocado por las huestes del dictador Romeo Lucas ocurrido en 1980, en que murieron 38 personas, incluidos políticos, campesinos y el secretario de la Embajada Jaime Ruiz del Arbol. El Embajador Cajal fue el único superviviente de la masacre al saltar sobre las llamas, escaleras abajo y ser protegido por la Cruz Roja evitando que las fuerzas del orden lo remataran.

A pesar del profundo trauma sufrido, Cajal hizo después una brillante carrera que le llevó a puestos tales como Cónsul General en Nueva York, Embajador en Suecia, ante la OTAN en Bruselas y en París. Fue también Director General de Norteamérica y Asia, Subsecretario y Secretario General de Política Exterior.

Su labor fue decisiva en tareas tan importantes como el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel, la renegociación del acuerdo hispano-norteamericano y en la articulación del discutible proyecto de la Alianza de Civilizaciones.

En muchos de estos puestos (en Nueva York, Estocolmo, Bruselas y Madrid) coincidimos y, a pesar de nuestras diferencias ideológicas, nos unió una estrecha amistad. Fue él, siendo Subsecretario quien me comunicó la decisión del entonces Presidente González de nombrarme Embajador por primera vez. Y también fue él quien presentó ante la prensa mi libro “La seguridad exterior de España”.

Pasados los años, Cajal cumplió otra de sus aspiraciones hasta entonces no realizadas y escribió varios libros: “Saber quién puso fuego ahí” (2000) en que relata con minuciosidad la verdad sobre la masacre en la Embajada en Guatemala, “Sueños y pesadillas” (2010), memorias de su larga y rica vida profesional y el especialmente controvertido “¿Dónde acaba España?” (2003) en que propone la cesión de Ceuta y Melilla a Marruecos a cambio de la recuperación de Gibraltar. Probablemente este último libro cerró las posibilidades políticas del Embajador que le hubieran conducido a ocupar el Ministerio de Exteriores.

Hombre silencioso, modesto, íntegro; Hombre de principios y valeroso. No olvidaré su respuesta cuando le pedíamos fuera algo más explícito con sus puntos de vista políticos y él afirmaba suavemente no tener gran cosa que decir. O cuando compartía con sus jóvenes colegas en el elegante salón de la embajada en Estocolmo, los deliciosos fiambres recién llegados de Madrid diciendo “Os advierto que no los repartiría ni con mi propio padre”.

Descansa en paz, querido Max.