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jueves, 9 de mayo de 2024 | Última actualización: 10:24

El mar Mediterráneo

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

El Mediterráneo, cuna de civilizaciones y culturas, fue el foco de tres religiones monoteístas –el cristianismo, el judaísmo y el islam- y el lugar desde el que se expandió el saber y el progreso al mundo entero. El helenismo, Atenas, Esparta y el Imperio Romano dominaron sucesivamente la casi totalidad de ese Mare Nostrum, el Mediterráneo, un nombre que literalmente significa “el centro de la tierra”.

Pero con el paso de los siglos, en nuestro mar se produjo una de la fallas más rotundas del mundo, solo comparables con la que existe en Rio Grande entre los Estados Unidos y Méjico y con la que marca el paralelo 38 entre las dos Coreas.

Esa quiebra mediterránea está agravándose en los últimos años por las turbulencias que surgen en algunos países árabes y también con el desplome económico gravísimo en toda el África subsahariana. El teórico proceso democratizador iniciado con la primavera árabe en 2012, lleva a la fragilidad a dos de los países más significativos de la región –Siria y Egipto- y a una guerra abierta en tres puntos clave: Libia, Irak y Siria.

La gran diferencia existente entre las riberas Norte y Sur del mar –una diferencia de 1 a 10- hace que se produzcan crecientes oleadas de todo tipo de embarcaciones (balsas, pateras, pesqueros sobrecargados) que con espantosa frecuencia naufragan en ruta hacia España o Italia, sus objetivos más frecuentes, ante la pasividad europea que hasta ahora se ha limitado a criticar la firmeza de la guardia civil frenando los embates subsaharianos en las vallas de Ceuta y Melilla o la supuesta indiferencia de los guardacostas italianos ante los naufragios.

Solo el escandaloso hundimiento de un barco que transportaba a cerca de 900 emigrantes libios hacia Italia y la muerte de casi todos ellos, incluidas 200 mujeres y 50 niños, ha acelerado el encuentro de líderes europeos y estimulado la actuación de Frontex, la organización comunitaria que, con sede en Varsovia, vela desde 2005 por los inmigrantes que por tierra, mar o aire intentan acceder al espacio de la UE.  Es importante que esta institución se encuentre alejada de la frontera Sur ya que ello concienciará a países de la Europa Central y Septentrional de un fenómeno que a todo el continente implica y afecta.

Hasta ahora su acción no ha conocido un gran éxito pero es de esperar que las muchas víctimas habidas últimamente intensificarán las actividades de la agencia. En la reciente cumbre de Bruselas se ha decidido triplicar el presupuesto de Frontex para el control de fronteras tanto del Sur como del Este y distribuir entre los 28 socios las masas de inmigrantes que lleguen a nuestro espacio. No es seguro que las cosas funcionen ahora mejor que en el reciente pasado pero parece ser que el mensaje ha filtrado mejor hacia Bruselas.

Todo ello nos debe hacer reflexionar sobre un hecho muy preocupante en la Unión: la falta de verdadera solidaridad internacional. Recordemos algunos tristes hechos que lo prueban. Uno: en África siguen muriendo miles de enfermos de ébola. Con excepción de los misioneros y los médicos sin fronteras, el tema parece no importar en Europa. Ninguno de los nuevos enfermos o  muertos es europeo o norteamericano. Dos: Recientemente se produjo en Túnez un acto terrorista que costó la vida a 18 turistas europeos. El hecho conmocionó a nuestra opinión pública mucho más que las 150 víctimas en las mezquitas yemeníes o los 148 estudiantes keniatas, ninguno de ellos occidental. Tres: Cuando se produce un accidente en cualquier lugar del mundo, cada país se siente obligado a precisar si había o no víctimas de su nacionalidad. No debería importar. Un muerto es un muerto venga de donde venga.

Confiemos en que Frontex sea capaz de evitar que toda Ucrania acabe emigrando a Europa y que nuestro precioso mar Mediterráneo se convierta en un nuevo Mar Muerto.