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domingo, 12 de mayo de 2024 | Última actualización: 14:04

Fiestas patronales en honor a la Virgen

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Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.

Os saludo de corazón a todos al retomar nuestro encuentro semanal después del descanso del verano. Hoy me quiero centrar en las fiestas patronales que muchos pueblos celebran en honor a la Virgen María. Raro es el pueblo de nuestra diócesis que no la tiene como patrona bajo distintas advocaciones: sea del Lledó, de Gracia, de la Misericordia, de la Luz o del Llosar, por citar sólo algunas. También nuestra Diócesis la tiene como patrona bajo la advocación de la Cueva Santa, cuya fiesta litúrgica celebramos cada año el día once de septiembre. Este dato no es muy conocido. Por ello os invito a tenerlo presente y a acudir en este día a su Santuario en Altura.

Pero ¿qué significa tener a la Virgen como patrona y celebrar las fiestas patronales en su honor? No es ésta una pregunta retórica, porque con frecuencia vemos como la Virgen queda postergada del lugar central que le corresponde en sus fiestas patronales; otras veces es sencillamente olvidada: la patrona se convierte en mera ocasión para la fiesta sin sentido mariano y cristiano alguno.

No olvidemos que tener a la Virgen María como patrona significa, sí, acudir a ella para rezarla, honrarla y pedir su intercesión y protección maternal; pero significa, sobre todo, tenerla como guía, escuchando sus palabras, contemplando su vida y siguiendo sus pasos: ella es la mujer humilde que cree, confía y espera en Dios; ella responde con su fe y su amor a Dios que la ama: ella, fiándose de la palabra del Ángel, acoge en su seno virginal al Hijo mismo de Dios. María es la Madre que nos da a su Hijo, el Hijo de Dios, y además es siempre camino que nos lleva a Jesús, fruto bendito de su vientre. Cuantas veces acudimos a la Virgen, ella no deja de decirnos como a los sirvientes en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5).

El deseo más ferviente de la Virgen es que nuestra devoción hacia su persona sea el camino para nuestro encuentro con Cristo Jesús y con su Palabra para que brote o se afiance nuestra fe y se renueve nuestra vida cristiana. Nuestra veneración a María debe estar siempre orientada a Cristo. Porque Cristo Jesús, el Señor Resucitado, es el centro y fundamento de nuestra fe. El es el Salvador, el único Mediador entre Dios y los hombres: el Camino para ir a Dios y a los hermanos, la Verdad que nos muestra el rostro de Dios y la verdad de todo hombre y mujer –nuestra verdad y verdadera dignidad; y Él es la Vida en plenitud que Dios nos regala con su pasión, muerte y resurrección, de la que ya participa la Virgen, asumpta en cuerpo y alma a los Cielos.

Nuestras fiestas patronales en honor de la Virgen María serán auténticas, si la acogemos de verdad en nuestra vida y si nuestra devoción hacia Ella nos conduce a la fe en Cristo. El cristiano que celebra las fiestas de la Virgen con fe y devoción, se siente, a la vez, atraído a acoger a Jesucristo, para hacer de Él, como María, el centro de su vida.

Ante el reto de un mundo secularizado, que vive como si Dios no existiera e indiferente ante el prójimo, las fiestas patronales en honor a la Virgen nos han de ayudar a redescubrir a María como lugar de encuentro personal y comunitario con Dios en su Hijo Jesucristo y también con los hermanos. Madre del Hijo, María nos acerca a Jesús. Madre nuestra, nos une a todos en torno a sí y a su Hijo. Hija del Padre, la convierte en hermana nuestra. Amada del Espíritu Santo hace de ella figura ejemplar de los bautizados en Cristo, que acogen y guardan la Palabra, el Evangelio de la salvación, y la testimonian de palabra y por obras de caridad. Su destino glorioso es también el nuestro.