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jueves, 2 de mayo de 2024 | Última actualización: 22:34

Ni rojo, ni peronista, ni montanero

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Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.

Mientras agonizaba Juan XXIII, la extrema derecha francesa situó en la plaza de San Pedro unos comandos de beaterío esperpéntico que, rosario en ristre, rezaban por la conversión de un papa que habría sido masón y comunista. Era a finales de mayo de 1963. No le perdonaban la convocatoria del Vaticano II ni la Pacem  terris. Pueden ver en el siguiente enlace las lindezas y diatribas contra el papa Roncalli: http://www.vaticanocatolico.com/PDF/13_JuanXXIII.pdf

Cincuenta años después estamos en las mismas. La semana pasada, a raíz de la publicación de la encíclica Evangelii gaudium del papa Francisco, determinados comentaristas de la derecha neoliberal más extrema han arremetido contra el papa argentino tildándolo de rojo y filomarxista. Resulta curioso que quienes  proclaman que Cristo y Marx son incompatibles alardeen al mismo tiempo de ser ateos convictos y confesos. Esto me recuerda a Charles Maurrois, el fundador de la Action Française, quien a pesar de su ateísmo convenía en la necesidad del hecho religioso como muro de contención a la revolución y garantía del orden social que había destruido la Revolución Francesa. Preconizaba un catolicismo sin evangelio y desjudaízado.  Según el maurrasianismo Marx tenía razón en lo de la religión como opio del pueblo. Es más. Hay que usar ese opio como adormecedera para mantener al pueblo sumiso y el orden elitista inalterable.

El papa Francisco viene a decir en su encíclica que el Evangelio es una alegría por lo que tiene de buena noticia, tanto para la iglesia como para el mundo. Que un nuevo mundo es posible más allá de la crisis global si sabemos despertar solidaridades y superar egotismos. Hace un llamamiento a la clase política para que sea el hombre el centro de la actividad económica y no la especulación como único fin. Que no va bien una sociedad donde impera la cultura del descarte, en que a los mayores se les empuja para que se vayan y a los jóvenes se les cierra el paso para que no entren. Denuncia que se está gestando una nueva clase de pobres: aquellos que ni siquiera tienen derecho a subsidios porque su único destino es la exclusión social, tanto como decir que no tienen derecho a existir. Heidi Moore ha llegado a decir en el The Guardian que “el papa Francisco entiende la economía mejor que muchos políticos.”

Cuando el papa recuerda principios tan elementales no hace otra cosa que echar mano de la más genuina tradición evangélica. Que los pobres son evangelizados y que heredarán la tierra. No se trata de una broma pesada, al estilo de la alienación religiosa que diagnosticaba Feuerbach, sino de una verdadera promesa mesiánica y de una esperanza cristiana, virtud más que necesaria en un mundo sin horizontes ni salidas. Hablar de pobres y de pobreza no es sinónimo de marxista. Cuando Marx ni existía ni todavía se le esperaba, Jesucristo ya anunciaba su evangelio a los pobres y fue entre los esclavos del Imperio Romano donde florecieron las primeras comunidades cristianas. Lo que pasa es que hay alergias ideológicas que movilizan de inmediato sus antígenos antimarxistas en cuanto oyen la palabra pobre. Sólo cabe esperar que la alegría del evangelio tenga arraigo en este mundo y que no sea verdad aquello de que dura poco la alegría en casa del pobre.