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viernes, 3 de mayo de 2024 | Última actualización: 15:00

El millón

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Rafa Cerdá Torres. Abogado.

Ojalá el título versara sobre economía. O sobre las vergonzosas cifras que acumulan las cuentas bancarias de grandes prebostes de la política y de la economía, bien guarecidas dentro de entidades bancarias radicadas en la verde Suiza. O del número de sufragios que una u otra fuerza política consigue recabar en todas y cada una de las encuestas electorales, que un día sí y otro también, nos obsequian desde todos los medios de comunicación. No me refiero a magnitudes, en realidad estoy hablando de personas.

Y siempre en términos a la baja, dado que las estimaciones se pueden quedar cortas en cualquier momento: el millón largo al que me refiero son el inmenso colectivo que aguarda de forma clandestina en casi todos los países norte africanos, compuesto por mujeres, hombres y niños que huyen de una existencia jalonada por el hambre, la guerra, la persecución racial y religiosa, y la miseria...África se asienta sobre un inestable equilibrio de países inmersos en multitud de conflictos, y que condenan a millones de personas a una muerte segura. Hablamos de millones de personas cuya única pérdida es la propia vida, y que de seguir en sus países, tarde o temprano acabarían víctimas de la guerra, de la persecución o del hambre, así que ¿qué pueden perder si deciden aventurarse a la casi suicida tarea de alcanzar Europa?...Nada, porque saben que si permanecen quietos morirán de todas formas.

En ese contexto un viejo buque, atestado por casi 700 personas, naufragó a unas ciento veinte millas al sur de la isla italiana de Lampedusa. En unas condiciones infrahumanas, el navío se fue a pique y hasta el momento los supervivientes apenas alcanzan unas pocas docenas, el resto yace bajo las aguas del Mediterráneo. La muerte trágica de personas en su intento de alcanzar costas europeas no es nueva, en cuanto el clima se torna cálido, un constante goteo de embarcaciones son engullidas por el mar, sin embargo la magnitud de esta tragedia reaviva la indignación de muchos sectores sociales de la vieja Europa.

Como siempre se han escuchado las mismas proclamas y las mismas vacías promesas de los Gobiernos europeos. Bruselas y el resto de capitales montarán alguna Cumbre de Ministros del Interior, y un Fondo de Solidaridad dirigido al continente africano será despachado con mucha premura. Y tras el apagón informativo, todo volverá a la normalidad hasta la siguiente catástrofe humanitaria, en la que todo volverá a ser repetido como un macabro guión.

La verdad es que me pierdo en la inmensidad de la injusticia a la que se ven abocadas millones de personas en todo el mundo; una gran parte de la Humanidad ve pisoteados a diario sus más elementales derechos con la ultrajante pasividad de Occidente, y de las bien enriquecidas potencias petrolíferas. Las causas son muchas, y muchas deben ser las consideraciones a considerar en aras a atajar el problema de la pobreza en el mundo. Las soluciones simplistas o escoradas hacia un determinado sesgo ideológico, sólo consigue agrandar el problema: la apertura de fronteras por parte de los países europeos no conseguiría nada. Lo reitero: abrir las fronteras y abandonar una política de seguridad en los límites de la Unión Europea sería un acto de suicidio. Por muy duro que suene.

La solución comienza con un vuelco en el sistema de equilibrio comercial a nivel mundial, reforzando el libre desarrollo de los países emergentes con respeto al medio ambiente, y un claro componente social en el reparto de la riqueza dentro de los países africanos, en su mayoría dominados por dictaduras, cuestión de la que no debe recaer la total responsabilidad sobre Occidente. La inmensa tarea de construir un nuevo orden internacional que sirva para paliar las miserables condiciones de vida de centenares de millones de personas, extienda la educación a niños y niñas y promueva la igualdad entre hombres y mujeres, se erige como el reto de este incipiente siglo XXI. Sin perdernos en grandes discursos y pomposas proclamas, nuestro futuro depende de ello, y la vida de millones de personas a lo largo del planeta también.