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viernes, 3 de mayo de 2024 | Última actualización: 20:22

Narcisos en la vida pública

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Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.

No todos están en política para forrarse, como dijo Vicente Sanz a su amigo Zaplana. La frase es del primero, si bien el segundo la remachó diciendo que él también necesitaba mucho dinero para vivir. Así consta en la transcripción de las escuchas del caso Naseiro. Pero no toda la corrupción es achacable a la avidez de forrarse a costa de la cosa pública. Existen corrupciones más sibilinas, de trazado tan fino que pasan fácilmente inadvertidas a ojos del personal.

Pululan en política una serie de personajes que pervierten su nobleza al invertir los fines naturales de aquélla al servicio de la polis y dirigirlos, en cambio, al cultivo del propio ego. No les mueve un interés crematístico, pero sí el culto a su persona. Cuanto más arbitrario es el poder, más fácilmente degenera en culto a la personalidad. Y hace falta una gran dosis de madurez humana para no sucumbir a la tentación de tal culto, pues son muchos los aduladores que merodean los aledaños del gobernante, con el fin de medrar y forrarse a su sombra. Eso, si no es el mismo ególatra que gobierna quien propicia y encubre los abusos de sus subordinados, con el fin de mantenerlos a raya cogidos por sus salvas sean las partes. ‘Están en edad de enriquecerse’ decía un eximio gobernante narcisista de nuestra historia patria. No insisto más en ello. Creo que queda patente a qué me refiero cuando hablo del narciso que se hace político.

Esta semana hemos asistido al fracaso del pacto electoral entre UPyD y Ciudadanos. Bastó una hora de reunión para levantarse de la mesa sin acuerdo. Alguien ya entró con la decisión tomada. Era ya sólo cuestión de trámite. Ha sido un mazazo a la esperanza de muchos electores huérfanos de voto ante el tsunami político que se avecina, donde la única esperanza de moderar la bisagra para articular un voto fragmentado, se va al desagüe por falta de visión de estado y concentración en el propio ombligo de los líderes. De nada sirve ningún programa de regeneración, cuando es el propio líder quien no está dispuesto a arriesgar su posición de gallo en el gallinero.

La suma de apoyos a ambas formaciones tenía muchos visos de conseguir el número suficiente de escaños, para poder erigirse en una fuerza moderadora con capacidad de imponer al vencedor ‘mutilado’ condiciones leoninas de regeneración democrática. Más todavía, teniendo en cuenta nuestro sistema de reparto de escaños, donde se prima al más votado y se castiga a quien se queda a la zaga.

Se veía venir. Rosa Díez ha sido siempre reacia a cualquier acuerdo. Ha tratado con mano de hierro a quienes se han atrevido, dentro de ‘su’ partido, a pedir un acuerdo con Ciudadanos. No está dispuesta a que se ponga en entredicho su condición de lideresa, ni siquiera bajo el pretexto de garantizar una gobernabilidad no traumática del estado. En Podemos se deben estar frotando las manos. A partir de ahora tienen un obstáculo menos en el camino hacia sus objetivos.

Me duele este fracaso, pues reconozco que al principio saludé con empatía la aparición de UPyD  como una propuesta seria de regeneración democrática, que contaba con avales solventes de lo más florido de nuestro mundo intelectual. Pronto intuí, en cambio, que al frente se había puesto a una persona que disentía del PSOE al estilo de aquella monja que en su delirio de liderazgo es capaz de abandonar su convento para fundar el suyo, donde imperar como madre superiora. Lo que le importa es su mandato, no los mandados. Cuánto narciso en los jardines de España. Suena a copla. Triste.