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miércoles, 1 de mayo de 2024 | Última actualización: 22:34

Zapatero II

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Pascual Montoliu. Ha sigut capellà, professor d'antropologia i teologia, i tècnic comercial.

Cuando Fernández Díaz, entonces flamante ministro de Interior recibió la anómala visita de un Zapatero cesante, tuve la impresión que éste se subía a las barbas de Rajoy a cuenta de todos los misterios no desvelados de un ministerio tan opaco como inquietante. Transcurrido año y medio, el asunto parece más grave. Es como si Rodríguez Zapatero se hubiera reencarnado de Mariano Rajoy. De hecho gobierna éste con el programa de aquél, si a eso se le puede llamar programa.

Nos acaba de pedir paciencia. Totalmente de acuerdo. Sin ella no es posible asumir proactivamente todas las estrecheces que la situación impone. Pero no convence cuando dice machaconamente que “el gobierno sabe muy bien a dónde va”. Si tan claro lo tuviera, nos lo diría y más cuando alardea, tal vez porque carece, de decir la verdad a los ciudadanos. Es más. En una democracia no basta con que el gobierno sepa a dónde va, eso mismo nos lo tiene que contar a los españoles. Somos ciudadanos supuestamente soberanos, no vasallos. Ni estamos en la época del despotismo ilustrado. Esta frase de Rajoy  me recuerda otra de Alfonso Guerra, cuando dijo aquello de que “en veinticinco años a España no la reconocería ni la madre que la parió”. El socarrón cardenal Tarancón invitó entonces a Guerra a que nos explicara a todos, si tan claro lo tenía, su privilegiado proyecto en lo que debía ser un sano e inevitable ejercicio de democracia. Sólo en los absolutismos los gobernantes llevan el timón con sigilo bajo el epígrafe del secreto de estado. Con más motivo tendrá que explicarnos Rajoy ahora cuál es esa ruta tan misteriosa de la travesía de su gobierno. De no hacerlo, se arriesga a una rebelión a bordo por parte tanto del pasaje como de la tripulación. Todo, en cambio, parece indicar que con la afirmación de saber muy bien a dónde va, no va más allá de un brindis al sol, con una grandilocuencia que no obedece a contenido alguno. Un farol, vamos.

Ha olvidado el gallego todas sus promesas electorales, con lo que ha encabritado a unos votantes que le otorgaron una mayoría escandalosa, tal vez más que por confiar en él, por abominar  los desastres que nos causó quien todos sabemos y de quien me cuesta hasta pronunciar su nombre. No lo digo en broma. Rajoy bien merece ser llamado Zapatero II. Parece presa del mismo desconcierto. Con más finura, pero también explota como el leonés el enfrentamiento de sus más allegados: Montoro contra De Guindos; Cospedal contra Soraya. Y da la impresión, como aquél, de haber perdido el norte, incapaz de escuchar a nadie, pues prefiere seguir los consejos de su particular maestro Ciruela, que es para Rajoy un tal Arriola que, según dicen, es su experto en imagen. Por sacrificar todo –hasta el propio programa de gobierno- a la superficialidad de la imagen, Rajoy y Arriola están a punto de conseguir  la esfinge de un Zapatero redivivo en La Moncloa, para castigo y desgracia de todos. Están en ello.