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sábado, 4 de mayo de 2024 | Última actualización: 22:51

La medicina y sus límites

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Juan Teodoro Vidal. Químico.

Vimos esta semana dos casos médicos contrapuestos, ambos tratando dilemas médicos y morales importantes: el del niño de Olot contagiado de difteria por no estar vacunado y el del francés tetrapléjico en estado vegetativo tras un accidente. En ambos casos hay corrientes de opinión a favor y en contra. Incluso familias 'rotas' por la defensa de posturas opuestas. En el primero sus padres decidieron no vacunar al niño, que cuando escribo estas líneas está ingresado en la UVI para intentar salvarle la vida. En el segundo la mujer y varios hermanos del paciente, que no dejó escritas sus voluntades, han obtenido una sentencia favorable del Tribunal de Estrasburgo para desconectarlo de los instrumentos que lo mantienen con vida, en contra del deseo de sus padres, que defienden que se mantenga su vida artificialmente.

En cuanto al niño con difteria, es indudable que las vacunas han salvado y salvan vidas. Probablemente no se termine nunca con la posibilidad de infecciones por virus, pero la mayor parte de las enfermedades víricas mortales, que asolaban a la población en tiempos pasados, dejaron de ser amenazas inmediatas para una población mayoritariamente vacunada. Aparte del sufrimiento que ahorra a los pacientes que se contagian, la vacunación masiva es un avance de la medicina que beneficia a la sociedad. Consideremos que para establecer impuestos, para tener un DNI, o para circular por la derecha, por poner ejemplos que nos afectan a todos, no nos preguntan si deseamos que las cosas sean así, dado que el objetivo formal de ambas acciones es facilitar la vida a los ciudadanos. Y eso que siempre es molesto tener que seguir normas impuestas. Con más motivo, visto en esta perspectiva del bien común, hay que asumir la molestia que supone vacunarse, incluidos los riesgos, estadísticamente mucho menores que las enfermedades que se pretende controlar, y debería ser obligatorio. Porque sobre todo corta las posibilidades de contagio, al reducir los posibles portadores y con ello facilita el mantener a salvo a todos.

En cuanto al caso del tetrapléjico, la medicina ha hecho mucho para evitar la muerte de personas que, en otras épocas, al no disponer de los equipamientos y de los conocimientos que ahora tenemos, no hubieran sobrevivido. Sin embargo la medicina tiende a ser muy invasiva en situaciones en que no hay ninguna esperanza de recuperación. No se trata aquí de curar una enfermedad, pues no parece haber posibilidad de curación. Aparte de mantener el sufrimiento del paciente, que no puede huir de su estado y de su situación, supone un consumo de recursos, limitados, que podrían servir para salvar otras vidas de pacientes 'recuperables'. El dilema se vuelve trágico cuando no sabemos la voluntad del principal interesado: el enfermo. En este caso, creo que se debería seguir un protocolo legal que, en ausencia de más información, y dadas unas circunstancias, decidiera automáticamente por todos.

Veo, en ambos ejemplos, los límites extremos de la medicina, para actuar o dejar de hacerlo.