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martes, 30 de abril de 2024 | Última actualización: 22:25

Felipe VI

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

Es emocionante escribir una columna con este título. Ahí es nada, hablar de quien va a ser Rey de España y cuyo nombre entronca nada menos que con uno de sus ilustres antepasados, el primer Rey Borbón de España, Felipe V el Animoso, que reinó en nuestro país durante 46 años, en la primera mitad del siglo XVIII. No usaré ahora mi escaso espacio para juzgar la obra de aquel Borbón, nieto de Luis XIV, el Rey Sol de Francia, y sobrino-nieto de Carlos II el último de los Austria en España.

Los españoles que con frecuencia nos pasamos de listos, ya estamos queriendo aprovechar la ocasión para replantear nuestra forma de Estado –como si cada generación fuera necesario hacerlo-  y también para buscar un mote al Rey que ahora nos llega y, con escasa originalidad, barajan el apodo de “El breve” sin caer en la cuenta de que esa misma brevedad se atribuyó a Juan Carlos I cuando hace 39 años daba sus primeros pasos al frente de nuestro aislado y anquilosado país.

Tal brevedad de entonces y de ahora se airea de forma pesimista por mor de las dificultades a las que tuvo que hacer frente el Rey abdicante, dificultades que supo superar con gran pericia lo que reforzó su figura, la Institución que presidía y el país en su conjunto. La España de hoy, a pesar de sus problemas, no tiene nada que ver con la que Juan Carlos I recibió en 1975. Insisto, fueron las dificultades de la transición y la forma en que el Rey fue capaz de superarlas lo que reforzó su reinado.

Felipe VI se enfrenta hoy a una España abierta, moderna y democrática. Uno de los países mejor identificados y más visitados del mundo, una de las diez potencias económicas,  una de las que posee mayor densidad de belleza monumental y artística; un país integrado en todas las instituciones relevantes y que es leal con sus socios, con sus aliados, con sus amigos y respetuoso con el mundo entero.

Pero esa España tiene también no pocas fragilidades que con frecuencia he denunciado: las debilidades del flanco sur, con Gibraltar, Ceuta y Melilla; los excesos lúdicos; la fragilidad cultural y lingüística y principalísimamente, la precariedad de su estructura económica que fuerza al desempleo a un cuarto de su población activa y su centrifuguismo territorial en especial en Cataluña y el País Vasco.

No será necesario que Felipe VI corrija todos esos errores. De hecho, algunos de ellos no son considerados como tales. Pero sí será indispensable que los dos mencionados en último lugar –el paro y el separatismo- sean enfrentados con rigor. Estos dos problemas serán para Don Felipe el equivalente a lo que la liquidación del franquismo lo fue para Don Juan Carlos, 23-F incluido.

Si la democratización de España dio a Juan Carlos I espacio y aire para reinar durante cuatro décadas, la solución a las dudas sobre la unidad de España permitirá a nuestra Monarquía seguir sin ser cuestionada durante otro medio siglo más por encima de las voces republicanas que aceptarán una Monarquía útil y valiente.

Para lograr que ello sea así, será necesario que el nuevo Rey cuente con gobernantes comprometidos como lo fueron Suarez y González. Y el propio monarca deberá, si no gobernar, al menos si reinar y hacerlo de forma igualmente comprometida en los dos enormes problemas que de no superarse, acabarían no solo con la Monarquía sino también con nuestra querida España tal como hoy la conocemos. No tengo ninguna duda de que Felipe VI es consciente de todo ello y que así lo pondrá de manifiesto en su discurso en el acto de entronización. Todo lo demás, la monarquía “low cost”, el vestido civil o militar en el acto, las banderas tricolores en las calles, la ausencia de dignatarios extranjeros y de las infantas, es anecdótico. No lo es, en cambio la presencia de Don Juan Carlos y Doña Sofía.