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domingo, 5 de mayo de 2024 | Última actualización: 20:13

Je suis Charlie

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

En Mayo del 68 nos encontrábamos Cristina y yo acabando el curso en La Sorbonne. Les confieso esto no sin rubor ya que en los años siguientes, en España –y seguro que en todo el mundo- era de buen tono dejar caer que se había estado en Paris durante las barricadas de Mayo en que estudiantes y obreros se aliaron para derribar al gobierno. Huelga decir que los manifestantes no consiguieron su propósito pero el Mayo francés marcó de por vida a un par de generaciones de la progresía europea; unos pocos lo vivimos desde dentro, otros soñaron  haberlo vivido sin privarse de incluir ese capítulo en sus curricula.

Describir lo que fue aquel Mayo en Paris merecería todo un libro; de hecho se han escrito cientos sobre el tema. La acción se desarrolló en el barrio Latino, en la confluencia de los Bulevares Saint Michel y Saint Germain y en todas las calles aledañas. El barrio quedó cerrado y, acá y allá se levantaban barricadas con adoquines y muebles con los que “les enragés” (los rabiosos) plantaban cara a las cargas de la policía. La cercana Universidad fue clausurada y los grupos deliberantes se reunían en teatros o cafés de la zona. La policía francesa, los CRS actuaba con firmeza lo que les valió ser comparados con la “Gestapo” (CRS=SS). El Presidente Pompidou acusaba a los manifestantes de ser “la pegre” o “la chienlit”, es decir, la escoria y la carnavalada y los “rabiosos” replicaban diciendo que “la chienlit c’est lui”.

Guardo especial recuerdo de aquel 1968 porque al regresar a España, después de dos años en Londres y uno en París logré ingresar al primer intento, en la Escuela Diplomática donde pasaría los dos años siguientes de mi vida antes de integrarme en la profesión. Pero ésta es otra historia que quizá les cuente en otra ocasión.

Pues bien, si algunos documentos resultaron importantes para comprender lo que significaron aquellos días, fueron las publicaciones semi-piratas que una serie de periodistas y caricaturistas fueron creando e imprimiendo sobre la marcha y que pronto se regularizaron con una revista mensual llamada Hara Kiri, que luego se volvió quincenal y tras varios secuestros desapareció de la circulación. Conservo como oro en paño docenas de aquellas revistas pilotadas por los humoristas Cabana y el profesor Chorot. Poco después reapareció con el nombre mucho más tranquilizador de “Charlie Hebdo” (hebdomadaire significa quincenal), con el personaje entrañable de Charlie Brown como mascota y con los mejores cartoonistas del momento en sus filas: Gebe, Willem, Siné, Cabut y Wolinski. Algunos de ellos murieron al paso de los años, Los dos citados en último lugar lo hicieron el 7 de Enero de 2015, ¡casi medio siglo después! víctimas del ataque terrorista yihadista.

Charlie Hebdo era satírica, descarada, contracultural, deslenguada e irreverente. En realidad no podía estar más lejos de mi ideario. Nadie escapaba a sus críticas: ni los políticos, ni los monarcas, ni el papa, ni Dios, ni Mahoma. Pero ni los monárquicos, ni los republicanos, ni los católicos pensaron que lo mejor para acabar con aquella crítica incesante era liquidar a sus autores. Los musulmanes sí que lo pensaron, al menos los yihaidies. Dos terroristas, los hermanos Kouachi, investigaron el día en que se celebraba consejo de redacción y asesinaron vilmente a dos agentes de seguridad y a los diez miembros más importantes del consejo. Casi simultáneamente un compinche tomaba rehenes en una tienda kosher y asesinaba a cinco de ellos.

Charlie Hebdo era una publicación minoritaria, casi marginal, con una tirada de 50.000 ejemplares. Pero era una revista de culto, un símbolo de las libertades que tan celosamente respetan las democracias por aquello de “estoy en desacuerdo con tus ideas pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarlas”. Los supervivientes de la masacre reaccionaron fieles a su estilo y desde el día uno anunciaron su necesidad de seis dibujantes. El miércoles 14 apareció puntualmente un nuevo ejemplar pero esta vez con una tirada de 5 millones de ejemplares en varias versiones lingüísticas y con distribución muy amplia. En su portada, el profeta Mahoma, lloroso, sujetando un cartel de “Je suis Charlie” y con la leyenda “Tout est pardonné”. La lucha continúa.

El resto es bien conocido: la manifestación multitudinaria del día 10 que reunió a 4 millones de “Charlies” y 50 jefes de Gobierno, respaldando a Francia  y condenando el terrorismo en todas sus variantes, en la convicción de que no todos los musulmanes son terroristas –faltaría más, existiendo 1.500 millones de islamistas en el mundo, la inmensa mayoría gente decente- pero todos los actos terroristas recientes están perpetrados por musulmanes  que siguen aplicando el Corán en el sentido más rígido en que fue pensado para hace 14 siglos.

Por cierto, está muy bien que todos nos solidaricemos con Francia y que todos nos sintamos Charlie pero no estaría de más que todos nos sintiéramos también, de vez en cuando, las casi mil víctimas de ETA o nos identificáramos con los 192 muertos del 11-M.