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domingo, 5 de mayo de 2024 | Última actualización: 02:58

¡Que viene el TTIP!

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Enrique Domínguez. Economista.

¿Y eso qué es? dirá usted. Pues es el acrónimo inglés del Acuerdo o Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ATCI en español); se trata del Tratado Transatlántico de Libre Comercio entre Estados Unidos y Europa.

Este convenio lo están negociando la Unión Europea y Estados Unidos; la primera resolución transatlántica se firmó en 1990 tras la caída del muro de Berlín, pero es en julio de 2013 cuando se inicia la primera ronda negociadora (la décima se celebrará este mes de julio) y la discreción y el silencio han sido la norma de las mismas. El secretismo es la principal crítica que se hace a este proceso negociador.

Según la CEOE, que está a favor de este Tratado y que utiliza el acrónimo español, el objetivo del mismo es de lo más loable: “…la eliminación de las barreras que obstaculizan el comercio y la inversión entre los dos bloques e impiden alcanzar su pleno potencial, así como prevenir la creación de nuevas barreras.  La eliminación progresiva de estos obstáculos, reducirá los costes a la hora de hacer negocios y simplificará la compraventa de bienes y servicios entre la Unión Europea y Estados Unidos”

Y, además, el ATCI “traerá beneficios para toda la sociedad transatlántica. El acuerdo intensificará e impulsará el crecimiento económico y la creación de empleo en ambas partes. Las nuevas oportunidades de negocio que surgirán para las grandes, medianas y pequeñas empresas, impulsarán la inversión, crearán más riqueza, ayudará a mantener los puestos de trabajo existentes y creará nuevos puestos para los trabajadores europeos y estadounidenses”.

¡Qué maravilla si todo fuera así!

¿Es importante el comercio entre ambas zonas? Es reducido; por eso se ha acelerado el Tratado. En 2014 la Unión Europea exportó a  Estados Unidos el 6,2% de todos sus envíos y le compró el 4,3% de sus importaciones. Para España, esos porcentajes eran del 4,4% y del 3,2%, respectivamente, y para Castellón, del 3,5% y de 2,4%, respectivamente.

Con el Tratado se eliminarían los aranceles y los procedimientos aduaneros y se armonizarían las llamadas barreras no arancelarias (especificaciones técnicas, de calidad, de procedimiento de concesión de licencias, sanitarias, etc,). Los aranceles ya son reducidos y precisamente la armonización de esas normas  no arancelarias es la que puede crear problemas importantes según se haga. Y aquí es donde vienen los temores, acentuados por el secretismo en cuanto al contenido de lo negociado.

Algunos ejemplos: el sector cerámico cree que con este Tratado se eliminarán los aranceles (correcto) y nos asemejaremos a México. Ello significa que seguimos pensando en vender por precio y no por calidad, que olvidamos que lo importante en USA es conocer su idiosincrasia y que el dólar y su cotización sigue ahí.

El sector agrario: si hablamos de cítricos, el lobby californiano impide que se exporten todas las clemennules que deseamos; ¿permitirá el Tratado romper esa barrera, manteniendo los controles actuales, por ejemplo?

O el caso de la almendra californiana, ¿entrará todavía con mayor facilidad? ¿Y el maíz, transgénico o no? ¿Qué ocurrirá con la prohibición europea de transgénicos y la permisividad norteamericana? ¿Cómo se armonizará esto? El organismo que dilucidará los problemas, ¿será público o privado?

Por eso, las fuertes dudas que plantea este Tratado implican que se exija luz y taquígrafos a su contenido que, en principio, solamente necesita la aprobación del parlamento europeo a no ser que algún parlamento de los 28 miembros lo solicite (todavía no lo ha hecho ninguno).

¿Es oro todo lo que reluce? ¿Será cierto que todo tipo de empresas podrán beneficiarse del tratado como dice la CEOE o, sobre todo, las  multinacionales? Cuidado con el TTIP que viene; más pronto o más tarde, pero viene. Ojo avizor.