José Vicente Ramón Moreno.
Parece lógico que, cuando uno no hace su trabajo bien, deba corregirlo o hacerlo de nuevo. Además, si este trabajo es reciente, tiene el agravante de la dejadez en aquel que debía haber puesto su empeño en que quedase bien realizado.
Si a esto le añadimos que esté pagado con dinero público (es decir con el suyo, el mío, y el de todos los que contribuimos con nuestros impuestos) aún resulte más grave que las cosas no se hagan bien y, sobre todo, no se corrijan.
Esta introducción viene a cuento de que me parece intolerable que obras muy recientes o, en otros casos, finalizadas hace dos o tres años, tengan deficiencias en el drenaje de las aguas pluviales y generen estancamientos incomprensibles.
Sólo por poner dos ejemplos podemos encontrar charcos, que no debieran estar, en la acera de Gasset (esquina con Vera) en la puerta de una conocida entidad bancaria o al cruzar desde Pintor Orient hacia el Parque Ribalta (en cualquiera de los dos pasos de peatones). ¡Vaya chapuzas!.
En otras ocasiones, como ocurrió en la calle donde vivo, te encuentras baldosas sueltas o partidas a la semana de la inauguración o ángulos de bordillo o remates contra la pared acabados de cualquier forma.
Seguramente, si a las empresas constructoras se les obligase a corregir estos defectos (sin pagarles ningún añadido), la próxima vez pondrían más interés en que la obra quede en perfectas condiciones.
En cualquier caso, ¡obras tengas y que te salgan bien!.
