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domingo, 5 de mayo de 2024 | Última actualización: 20:33

El estado islámico

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

Confío en que a estas alturas hayamos asumido algunas realidades geoestratégicas tales como:

*Que el mundo se encontraba más seguro cuando estaba regido por un orden bipolar (EE.UU.-URSS), que por otro unipolar (EE.UU.) o multipolar (EE.UU., Rusia, Unión Europea, Mundo árabe, estados emergentes). Claro que aquel orden bipolar conllevaba la debilidad de estar asentado sobre el sacrificio  de antiguos países democráticos europeos que durante cuatro décadas se vieron sometidos, bajo la bota de Moscú, al injusto sistema comunista.

*Que para un país como España, situado en la periferia sureste de Europa, su emplazamiento era relativamente cómodo durante  la Guerra Fría –máxime teniendo en cuenta que nuestro país se había mantenido ajeno a las dos guerras mundiales- pero se volvió muy delicado cuando la nueva problemática internacional empezó a gravitar en torno al conflicto Norte-Sur, que empujaba a millones de ciudadanos del Sur hacia la próspera Europa.

*Y por último, que los recientes esfuerzos democratizadores en el mundo musulmán, la llamada Primavera Árabe comenzada en 2012, jaleada y estimulada por Occidente, transformó una realidad ciertamente poco democrática pero estable, en nidos de extremismo islámico, de terrorismo. La situación en Libia, Egipto, Siria e Irak es hoy mucho peor que lo era antes de que empezaran las transformaciones que derribaron a Gadafi, Mubarak, Sadam Husein y tiene contra las cuerdas a Sadam Al-Asad.

Todos estos cambios combinados nos llevan al panorama actual poco tranquilizador  en que los EE.UU. no acaban de ejercer de gendarme mundial, en que Europa está en la indefinición política y en que Rusia quiere recuperar su liderazgo global. El resto del mundo, particularmente el área islámica, es consciente de aquel vacío de poder y, como suele suceder, lo intenta aprovechar para hacer valer sus aspiraciones casi nunca constructivas.

De las cuatro crisis enunciadas –las de Irak, Siria, Egipto y Libia- la primera de ellas es la que está teniendo peores consecuencias. A la caída de Sadam Hussein y desde 2003, una rama de Al Qaeda capitaneada por Al Sarqaui quiso ocupar el vacío dejado por las fuerzas aliadas  y se expandió por buena parte del territorio irakí poniendo en jaque al frágil gobierno y ejército dejados por los EE.UU. en su retirada. Los sucesores de Al Sarqaui constituyeron un emirato y luego un califato que dominaron buena parte del territorio irakí y también del sirio. Así nació la llamada república Islámica.

No se esfuercen en buscar esta denominación en la ONU ni en la Liga Árabe. La república islámica no existe entre las instituciones internacionales, no está reconocida por ningún país del mundo y menos aun por los propios países islámicos que la ven como una amenaza grave para la región. Quizá para hacerse notar, han recurrido a operaciones publicitarias tan espantosas como las que han ofrecido al mundo decapitando en terrible escenificación a varios periodistas y cooperantes occidentales.

El riesgo es enorme y los países de la OTAN deciden formar una coalición, de la que España queda incomprensiblemente al margen, que decidió actuar desde el aire en su espacio de acción pactando con países árabes la intervención por tierra. No hay que olvidar que la república islámica tiene entre sus primeros objetivos de expansión, Jordania, Israel, Palestina, Líbano, Kuwait, Turquía y Chipre y que Al Andalus es su reivindicación permanente.

La guerra contra el terrorismo no va a ser fácil de vencer ni de acabar. Es mucho más difícil que terminar una guerra tradicional  en que tras el armisticio los supervivientes lloran a sus muertos y miran al futuro para reconstruir sus países. El rencor del terrorismo islámico parece no tener fin ya que en su fuero interno están convencidos de la bondad de su causa y la maldad de la de sus enemigos. Conscientes de ese grandísimo riesgo, algunos países pensaron  que la solución vendría de la mano de la Alianza de Civilizaciones, una idea tan hermosa en teoría como difícil de poner en práctica debido a que ni hay dos civilizaciones ni es posible, por consiguiente, aliarlas.

Con la república islámica ocurre otro tanto: no existe. No hay una república ni tampoco es islámica. El Islam es una religión respetable y no puede identificarse con los desmanes radicales que estamos presenciando. Ni Al Qaeda, ni el yihadismo, ni el choque entre sunitas y shiitas, ni esta república islámica pueden explicarse ni escudarse tras el credo del Islam. Su credo es, simplemente, la consecución de unos fines incalificables por medio del terror.