Jorge Fuentes. Embajador de España.
Con frecuencia recibimos por Internet imágenes vía satélite, de las costas de Marruecos y Mauritania plagadas de miles de pateras dispuestas a zarpar cargadas de emigrantes rumbo a España y principalmente rumbo a las islas Canarias, tentadoramente próximas a las costas magrebíes. Miles de ellos han llegado ya. En su 85%, no son ciudadanos subsaharianos sino marroquíes
Su llegada a Canarias despierta entre los españoles dos sentimientos comprensibles pero enfrentados: la solidaridad hacia una población que huye de una situación desesperanzada, con la reacción humanitaria de apoyo al colectivo inmigrante, con frecuencia integrado por mujeres y niños.
Junto a ese sentimiento cristiano se encuentra la alarma de que una pequeña comunidad como la Canaria, con poco más de dos millones de habitantes, puede verse rebasada a corto plazo, incluso demográficamente, por la inmigración.
Es evidente que nadie podría partir de las costas marroquíes o mauritanas sin el visto bueno de las autoridades magrebíes, de ahí la imperiosa necesidad de estar volcados en la negociación con nuestros vecinos del Sur.
No es el momento de defender la justa causa saharaui exigiendo el referéndum sobre su futuro pactado por la ONU, como acaba de remover inoportunamente el vicepresidente Iglesias, un gesto que multiplicará automáticamente la salida de nuevas pateras y la tensión de la situación en las costas y las localidades canarias.
Se impone con urgencia combinar unas diplomacia eficaz con Rabat y Nouakchott, así como con Bruselas, una actitud humanitaria hacia los inmigrantes necesitados y una lucha decidida contra las mafias que pueden acabar desestabilizando nuestras islas. Y el país en su conjunto.
