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viernes, 29 de marzo de 2024 | Última actualización: 21:59

Carta desde Roma

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Rafa Cerdá Torres. Abogado.

"Era cerrar la puerta del despacho y bajar las persianas. Si yo quería salir de allí, no podía...", de esta forma comienza el relato del horror sufrido por un pobre chaval de doce años; un alumno del Colegio Gaztelueta de Leiola (Vizcaya), cuyo proyecto docente se enmarca dentro de los postulados de la organización católica Opus Dei. Durante el curso 2008/2009 este niño afrontó la peor ignominia que se puede sufrir un menor; abusos sexuales por parte de un docente. Añadiré ‘presuntamente’ dado que no ha existido un pronunciamiento firme al respecto por parte de los tribunales de justicia. Aunque con independencia de las vicisitudes de este caso, toda situación relacionada con abuso contra menores, me provoca una instintiva sensación de asco, mezclada con una salvaje sensación de rechazo.

En demasiadas ocasiones, repugnantes hechos que son cometidos por degenerados mal nacidos, se ven envueltos por un manto de silencio y obscuridad. Ningún ámbito de la sociedad queda exento de la posibilidad de sufrir casos de este tipo de abuso, y máxime en estos tiempos cuando el peligro se incrementa exponencialmente, a través de la irrupción masiva de las nuevas tecnologías como medio de relación social. Internet permite a los pederastas simular su perversa personalidad, bajo un peligroso anonimato, y con una falsa identidad, conecta con incautos menores haciéndose pasar por uno de ellos. Con un simple click, comienza el camino hacia el infierno.

Las familias que descubren los abusos, soportan una injusta carga compuesta de sospechas y veladas insinuaciones; como si una parte de lo ocurrido fuera responsabilidad de las propias víctimas. Esta especie de velada ‘acusación’ que revierte en quien debe ser objeto de protección y de auxilio, fue revertida en parte gracias a una simple carta. Una sencilla misiva proveniente de Roma.

El padre del menor vizcaíno, hastiado del muro de incomprensión y silencio contra el que topaba el drama que vivió, decidió dirigirse como último recurso al mismo Vaticano. Adjuntando toda la documentación de su caso,  imploró  auxilio a la cúspide la Iglesia Católica, y contra todo pronóstico, el Papa, este Papa, respondió.

En las pasadas navidades, una carta autógrafa del Papa Francisco anunciaba a la familia del menor, que había remitido el expediente a la Congregación para la Doctrina de la Fe, con la finalidad de revisar el caso a la luz del Derecho Canónico. En esa misma carta, trasmitía un mensaje de afecto y cercanía a la víctima de un posible abuso. El padre del menor no dudó en calificar la sencilla misiva como “un rayo de luz, enormemente aliviado y sorprendido con la inesperada carta del Papa.

El pasado siniestro de ocultación y silencio llevado a cabo por altas esferas de la Iglesia, frente a verdaderas monstruosidades cometidas al amparo de un cargo eclesiástico, o dentro de los muros de una institución de naturaleza católica, empezó a romperse por la valiente acción del anterior Pontífice, Benedicto XVI, y sigue adelante por el empuje del actual Papa Francisco, quien se reunió con familiares de víctimas de pederastia durante su último viaje a Estados Unidos.

Si bien es cierto que una sencilla carta no borrará el hachazo de dolor y sufrimiento vividos por el menor, al menos restituye en parte la dignidad de una víctima, y quizás sirva como ejemplo para que otras persones en el mismo caso, alcen su voz. Y los culpables paguen su crimen, sin que la sociedad vuelva a saber de ellos.