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jueves, 25 de abril de 2024 | Última actualización: 12:37

Verano del 20

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

Se acerca el verano de 2020 y muchos nos preguntamos qué clase de vacaciones van a ser éstas, tanto a escala mundial como a la de nuestro inmediato entorno. El verano ha sido siempre una estación muy cinematográfica. Recordemos las muchas películas de Eric Rohmer ambientadas en las costas francesas, o las españolas "Novio a la vista" de Berlanga, rodada por cierto en el Hotel Voramar de Benicàssim; o "Las bicicletas son para el verano", sin olvidar la serie inmortal "Verano azul", entre otras muchas más.

En la década de los 70 se estrenó una película que tuvo una gran aceptación en el mundo entero. Se llamaba "Verano del 42" y narraba las vacaciones de un adolescente en una tranquila playa del Atlántico norteamericano. La acción transcurría durante la Segunda Guerra Mundial, y aunque aquella tragedia bélica quedaba lejos de la playa estadounidense, sus ecos alcanzan al protagonista que descubre el amor compasivo por una joven esposa que recibe la noticia del fallecimiento de su marido en el desembarco de Normandía.

Aquella película marcó a una generación de quienes por entonces éramos jóvenes. Tenía todos los ingredientes para gustar: escenarios apacibles, sentimientos nobles, música extraordinaria, actores acertadísimos en particular la bellísima Jennifer O'Neill y conduciendo toda aquella orquesta nada menos que el realizador Robert Mulligan, director también de la laureada "Matar a un ruiseñor".

Lo que vaya a ocurrir en este verano del 20 es aún imprevisible. No sabemos si nos sorprenderá con esta pandemia aún coleando o con una repandemia; si estaremos en estado de alerta fase N o si aplicaremos cuarentena a nuestros visitantes; si podremos transitar libremente entre provincias y si nos aceptaran o no en otros países menos contaminados; si habrá corredores limpios y si las playas podrán aceptar bañistas sin reserva previa.

Se acerca un verano lleno de incógnitas siendo por supuesto la principal el saber si nuestros hijos y nietos, residentes en el extranjero, podrán desplazarse a España, como cada año, a pasar sus vacaciones con nosotros. O si tendremos que resignarnos, por algún tiempo, a no verlos más que por Internet.

Vamos a presenciar un verano atípico, como nunca lo habíamos conocido. Sin fiestas ni festivales, sin apenas visitantes foráneos, nada de los 85 millones del año pasado.

Con nuestras ciudades y pueblos desconfinados, con plena movilidad interna, con la extraña impresión de que, de pronto, hemos aprendido todos los idiomas porque somos capaces de comprender perfectamente a todos los visitantes venidos, esta vez, de Madrid, de Aragón, de Castilla o Extremadura.

Nacionales bienvenidos aunque por desgracia no seremos capaces de compensar los más de 70.000 millones de euros ingresados gracias al sector turístico en cada uno de los últimos años.

Sin duda el gobierno va a querer dar la sensación de normalidad y por consiguiente, me atrevo a vaticinar que desaparecerán las actuales cuarentenas a los visitantes, se crearán corredores sanitarios, que se intentara sean flexibles tanto en origen como en destino, se acondicionarán las playas, se sanearán los hoteles, los restaurantes y las cafeterías pero, pese a todo ello, será un verano contenido, en que se arriesgara en salud más de lo debido en un intento desesperado por evitar la hecatombe económica que se avecina. La reanudación de la liga de fútbol y la reapertura de bares y playas darán la sensación de cierta normalidad.

Y por encima de las muchas reservas y temores, nada podrá corregir del todo la naturaleza humana que bulle en los meses de verano. No podrá impedirse que entre junio y septiembre nazcan nuevas amistades, surjan amores y amoríos. Y nos asalte la tristeza del fin de temporada cuando lleguen los vientos y la lluvia. Cuando se acabe la dulce sensación del mar en la espalda y el calor en nuestros corazones.