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viernes, 29 de marzo de 2024 | Última actualización: 14:20

Testigos de esperanza

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Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.

Este domingo, fiesta de la Presentación de Jesús en el templo de Jerusalén, está dedicado a los hombres y las mujeres que han consagrado su vida a Dios para seguir a Jesús en la vida religiosa en las distintas formas que el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia. Esta Jornada Mundial de la vida consagrada es un momento propicio para rezar por todos ellos y por las vocaciones a la vida consagrada.

El testimonio de los consagrados, hombres y mujeres, en la Iglesia y en el mundo sigue siendo muy necesario. En la contemplación, en la enseñanza, en la caridad o en las parroquias, su presencia es signo del paso del Señor por la vida de los hombres. Su vocación es una llamada a ser testigos de la esperanza. Y lo serán en tanto en cuanto aprendan de María y con María, Madre de la Esperanza, a esperar sólo en Dios.

En medio de un mundo que tiene tantos motivos para la desesperanza, las personas consagradas son signo y testigos de una esperanza mayor, la esperanza que no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rom 5,5). Es una esperanza, que tiene su fundamento a Cristo Jesús en quien han puesto su confianza. Esta es la esperanza que no defrauda y que permitirá a la vida consagrada seguir escribiendo, a pesar de las dificultades presentes, una gran historia en el futuro; sabemos que nos asiste el Espíritu Santo para seguir haciendo cosas grandes con nosotros.

La suya es una vocación que tiene como misión llevar esa esperanza a quien la ha perdido, o mantenerla viva en donde se apaga. Llevar la esperanza hasta las fronteras, donde no llega nadie. Llevarla con libertad y disponibilidad, con amor y con ternura, con paciencia y perseverancia. Son testigos de esperanza porque están llamados a ser discípulos misioneros, apasionados por el Evangelio que corre por sus venas.

El papa Francisco les dijo con motivo del año de la vida consagrada en 2015: “Hay toda una humanidad que espera: personas que han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos y ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de lo divino... Encontraréis la vida dando la vida, la esperanza dando esperanza, el amor amando (Carta apostólica de 21.11.2014, II, 4).

Que la Virgen María, Madre de nuestra esperanza y esperanza nuestra, sostenga y acompañe siempre a las personas consagradas en su vocación, consagración y misión.